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Barcelona

20-25 Septiembre 2005

 
 
     
 

LEY Y LIBERTAD:

ÉTICA Y POLÍTICA PARA EL SIGLO XXI

 
 
 
     
 

  

NATURALEZA, LEY Y ECOLOGÍA
 
 
 
Dra. Margarita Mauri
Universidad de Barcelona

 

 

 

Resumen. Exposición y defensa de la necesidad de reconocer y respetar una ley de la naturaleza que sirva de pauta de conducta al ser humano con respecto a sí mismo, a sus semejantes y al resto de seres existentes. Crítica a las posiciones filosóficas que defienden la 'invención' de la realidad y una autonomía moral que dependa únicamente del sujeto individual.

 

Classical philosophy took for granted the existence of a human nature that gave rise to express in form of moral law the direction that man had to follow to reach moral excellence. 

Later philosophical systems uprooted reason from human nature and put the foundation of the decision only in reason. Others denied the existence of a human nature because they understood that man was a mere result of culture.  Some others, without denying human nature, defended the impossibility to know it and did not consider anymore the subject of human nature a question of philosophical interest.

Ecological or environmental ethics (born some years ago and enjoying a boom now) has been focusing its reflection in nature, as much in environmental nature as in human nature, to proclaim the necessity of becoming aware of  the attitude of man towards itself and its environment.

In spite of the differences that separate ecological ethics of iusnaturalists theses, the necessity to recover for philosophy (for a correct understanding of human being) the concept of ‘human nature’, approaches these two forms of understanding human morality.

 

 

 

La primera  ocasión que,  en la Ética a Nicómaco, Aristóteles introduce el término ergon  (I,7,1097b 24-25), es para dar respuesta a la pregunta por la ‘felicidad’ humana, una respuesta tan larga que se extiende hasta el final de la obra. Si llegamos a comprender ‘la función’ del hombre, dice el autor, llegaremos a saber en qué consiste su felicidad. El texto aristotélico no permite ninguna duda sobre la existencia de diversas actividades humanas, lo que  hay que averiguar es si alguna de ellas es específicamente humana. Como es bien sabido, pocas líneas más abajo, Aristóteles afirma que la actividad del alma según razón o no desprovista de ella es la labor más propiamente humana. De esta forma, queda vinculada la plenitud de la vida humana –que es como hay que entender el término ‘felicidad’- al ejercicio de la capacidad racional, llevado a cabo según areté, es decir, del modo más excelente.

 

La afirmación sobre la excelencia de una actividad da pie a pensar que esta actividad puede realizarse de un modo no excelente. La observación empírica acerca de lo que los hombres hacen, dicen o escriben conduce a Aristóteles a afirmar que la actividad específica del ser humano es la racional. Ahora bien, la doble posibilidad de su ejercicio, es decir, que esta actividad pueda realizarse bien o mal, demanda la introducción de un orden que es expresado en forma de ley. Resultaría absurdo ordenar lo que sólo puede hacerse de una forma, resultaría absurdo ordenar la forma de hacer una actividad si ésta no pudiera hacerse más que de una sola forma.

 

Desde este punto de vista, la ley no es extraña al hombre porque  parte de lo que el hombre es y señala la dirección hacia la que encarrilar su actividad más propia si la finalidad es  la excelencia. Por eso, a pesar de la forma de precepto que la ley adopta, no puede considerarse más que una ley nacida de la razón con la finalidad de guiar al ser humano hacia el desarrollo de su ser.

 

La ley existe desde el momento en que:

a)                  hay una naturaleza con una función

b)                  hay dos formas de realizar esta función

c)                  la posibilidad de excelencia sólo se consigue si se sigue una de estas dos formas de realizar esa función

 

Lo que la ley prescribe ha sido apuntado antes por la naturaleza como conveniente, como necesario para el perfecto desarrollo del ideal humano.

 

La inclinación natural indica que lo perseguido es conveniente, adecuado a la naturaleza humana, sin que la inclinación se convierta en una razón suficiente de la  conveniencias de lo que se  desea, porque la razón de que algo sea  conveniente es que es perfectivo, es decir, que su logro ayuda al ser humano a aproximarse a la excelencia, esto es, que contribuye al despliegue del ser humano. La inclinación es una muestra, una señal de que lo buscado es perfectivo, pero el hecho de que el sujeto tienda a ello no es la razón de su bondad (si así fuese, todo aquello a que los hombres tienen tendría que ser considerado perfectivo de su ser sólo porque en ellos se diera la tendencia).

            De la observación de la conducta humana se concluye que son tres sus tendencias básicas:

a)                  La tendencia a la propia conservación

b)                  La tendencia a la continuidad de la especia

c)                  La tendencia relacionada con la naturaleza racional humana

 

A partir de lo dicho hasta ahora puede afirmarse que:

a)                  La inclinación pone en evidencia que lo perseguido es un bien para el ser humano

b)                  La ley moral, basada en las tendencias naturales, prescribe estos mismos bienes a que la naturaleza humana tiende porque,

c)                  Su obtención conduce al hombre  la excelencia

 

La teoría de la ley natural defiende que las pautas de nuestra conducta moral vienen dadas por la naturaleza, o lo que viene a ser lo mismo, que no puede dibujarse el ideal moral humano sin partir de la naturaleza humana. Esta afirmación supone:

1.                  La defensa de la existencia de una naturaleza humana común a todos los seres humanos

2.                  Que la naturaleza humana ‘indica’ la dirección de su excelencia

3.                  Que la razón humana es capaz de interpretar esta naturaleza de manera que, partiendo de su comprensión, la razón es capaz de formular la ley moral natural que ha de regir la conducta humana poniendo por base la misma naturaleza.

 

Vamos ahora a analizar y a introducir matices en cada unote estos tres puntos:

 

1. La defensa de la existencia de una naturaleza humana común a todos los seres humanos

 

Con esta afirmación, la teoría de la Ley Natural se opone a la tesis que niega la existencia de una naturaleza humana común a todos los hombres, tesis mantenida por todos aquellos que consideran que el hombre es resultado de la historia, y que cambia tan radicalmente, que deviene imposible encontrar un fondo inmutable común a todos los seres humanos. Así, dicen, la naturaleza humana es relativa a cada momento histórico y, llevando esta tesis a su forma más extrema, se defiende que la naturaleza humana es relativa a cada situación vivida por una persona. Siguiendo por este camino, la conclusión a la que llegamos está clara: no existe una naturaleza humana común a todos los hombres, y, por tanto, tampoco existe una ley que se derive de ella.

            Contra esta tesis, el iusnaturalismo defiende la existencia de una naturaleza humana común, un mínimo común denominador a todos los llamados ‘seres humanos’ que se desarrolla en medio de todas las diferencias que separan a una persona de otra. Partiendo de este fondo común puede perfilarse –a través de la ley natural- el ideal de excelencia del ser humano, ideal que, atendiendo a las diferencias innegables que existen entre las circunstancias de cada persona, será llevado a la práctica de forma diferente, pero con un nexo de unión entre las diferentes formas.

 

2. Que la naturaleza humana ‘indica’ la dirección de su excelencia

La inclinación natural manifiesta que lo querido es  conveniente, es propio de la naturaleza humana sin que lo deseado sea una razón suficiente de la  conveniencia de querido. La razón que convierte algo en bueno es que sea perfectivo, es decir, que contribuya a la excelencia del sujeto volente, al desarrollo de lo que es. El objeto de la inclinación es una muestra, no la razón de que lo querido es  adecuado.

 

Lo mismo cabe decir del placer, que no constituye la razón de que algo sea bueno

puesto que, para algunas personas, resulta placentero lo que no es bueno,  lo que no

resulta perfectivo de su ser desde el punto de vista de su realización o desarrollo. El

placer es un indicativo de que lo querido es bueno, pero no es una razón suficientede su bondad. Como tampoco que algo sea placentero ha de indicar necesariamente que, por ser placentero, no es bueno.

 

3.Que la razón humana es capaz de interpretar esta naturaleza de manera que, partiendo de  su comprensión, la razón  pueda  formular la ley moral natural que ha de regir la conducta humana teniendo por base la misma naturaleza.

La ley moral es la ley de la naturaleza humana, es la ley de la razón. En las tesis de los defensores de la ley natural, la razón es concebida como una facultad capaz, por su propia fuerza, de encontrar en la naturaleza el camino de la excelencia moral. Contra lo que afirma  Lutero, para quien la razón caída es incapaz de servir de guía natural, la razón de la que hablamos se orienta razonando a partir de lo que tiene ante sí.

 

Una de las diferencias que separa a los seres racionales de los que no lo son, es que los primeros tienen la capacidad de perjudicarse a voluntad, de no desarrollar su función de un modo excelente. A voluntad pueden alejarse de lo más conveniente. El conocimiento sitúa al hombre en  la aceptación voluntaria de la ley, o bien en su rechazo. De ahí la raíz biológica de la moralidad que la ética formal –y también algunas interpretaciones de la ley natural (como la deontológica)- rechazan. Consideran indigno de la razón humana esta actitud de aceptación, actitud que contraponen a la actitud de creación, manifestación de la libertad humana en el ámbito moral, es decir, de autonomía.

 

Pero, ¿de qué manera podríamos indicar qué conviene a un ser si no conociéramos la clase de ser que es? Y una vez conocida la clase de ser que es, ¿no prescribiríamos que le conviene si –y sólo si- quisiéramos mantenerlo en lo que es o proyectarlo hacia el ideal?

            Algunas objeciones planteadas a la existencia de la ley natural provienen de que, para algunos autores, partir de la naturaleza humana cuando se habla de moralidad, resulta incompatible con la idea de libertad, concepto esencia de la moralidad. Hay autores que cifran la dignidad humana en obedecer las leyes que se originen exclusivamente en la razón. Si obedeciéramos las leyes de la naturaleza –formuladas por la razón- perderíamos la libertad y la dignidad, afirman.

 

La polémica sobre si la razón normativiza arrancando de la naturaleza completa del ser humano, o excluyendo de él el poso biológico, en otros términos, si la ley moral nace de una razón desarraigada de las inclinaciones naturales, pone de relieve otro problema que, o subyace al primero, o se deriva de él: es el problema de la identidad del sujeto, la cuestión de la mirada del sujeto sobre sí mismo. ¿Cómo se ve el hombre a sí mismo?,

a)        ¿Cómo una alma dentro de un cuerpo?,

b)        ¿Cómo una libertad disminuida por la dimensión  corporal del hombre?, o

c)        ¿Cómo una unidad formada por alma y cuerpo, o sea, como un ser libre en medio de la necesidad?

            La respuesta a la pregunta sobre cómo se concibe el hombre a sí mismo –que es anterior a la pregunta sobre la fundamentación de la ley moral- condiciona todas las teorías sobre la moralidad humana. Una antropología marcadamente dualista con un sentido negativo acerca de toda inclinación que provenga de lo corporal, nunca podrá defender una ley natural que armonice la razón con la pasión.

 

La ley sentida como una  losa que impide el movimiento libre de la voluntad, la convierte en una imposición extrínseca a la naturaleza humana. El ‘quién’ de la ley es la razón atenta al ideal, a la actividad más específica realizada de modo excelente. La teoría que defiende que la ley moral está basada en la naturaleza humana imagina un mundo moral ‘paralelo’ al mundo físico, regido por leyes cuyo cumplimiento convierte al ser humano en un ser tendente al ideal. A diferencia de Kant, la razón interpreta, traduce, preceptúa lo conveniente partiendo de lo que está dado, porque lo dado no se deja (no se puede) omitir, está allí,  a pesar de la voluntad humana, que puede no quererlo; la naturaleza se expresa en su propio lenguaje. A esta idea se refiere Jaume Bofill (El hombre y su destino, p.83) cuando afirma:

“En el fondo de nuestro conocimiento y de nuestro querer se encuentra siempre la Naturaleza (...) hay un punto de partida y de apoyo fijo, preestablecido por la naturaleza, en nuestro devenir intelectual y volitivo; una unidad necesitante, que dice razón a la vez de principio y de fin, que vincula al hombre, previamente a toda eclosión de facultades, a Aquel en quien se concentra su definitiva perfección”

 

            Esto, sin embargo, no equivale a afirmar que la naturaleza humana sea normativa en ella misma. La naturaleza humana se mueve en el ámbito de lo fáctico, del ser, pero su interpretación racional es normativa en tanto que, al formular la ley, se tiende un punte entre el ‘ser’ y el ‘deber ser’. En otras palabras,  ‘lo que el hombre tendría que ser’ puede ‘llegar a serlo’ si lo que es ahora’ sigue la prescripción de la ley. Añadamos que ‘lo que el hombre tendría que ser’ nace de la comprensión de ‘lo que es’. Toda ley supone, entonces, dos extremos en tensión: el ‘desde dónde nace’, y el ‘hacia dónde apunta’. Sin estos dos extremos la ley pierde sentido. No se conectan sólo dos tiempos, presente y futuro, sino dos mundos, el mundo de un ser con posibilidades y el mundo de un ser realizado. Es la teoría aristotélica de la formación acto-potencial de los seres aplicada al ser humano y abordada desde la Ética. Siguiendo cierto orden, la voluntad humana lleva a su máximo desarrollo lo que potencialmente se contiene en la naturaleza a la que cabría considerar como un ‘saco de posibilidades’. Este desarrollo que parte del ser y apunta a su plenitud, no se lleva a cabo sin la participación voluntaria y activa del ser humano que, por decirlo así, puede llevarse a sí mismo hasta la plenitud partiendo de lo que su ser naturalmente le ofrece. Creo que a esto es a lo que se refiere A. MacIntyre (Tras la virtud, p. 269) cuando habla del telos de la vida   humana entendida como una unidad narrativa encarnada por una vida única.

            Otra cosa distinta es si la naturaleza es principio suficiente o sólo necesario para poder formular las leyes naturales. Posiblemente sea principio necesario y suficiente para expresar la ley primera y más general, pero resulta un principio insuficiente para referirse al caso concreto.

 

Que las leyes morales que rigen o han de regir nuestra conducta nazcan de la lectura que la razón hace de la naturaleza humana, no equivale a afirmar que encontremos en la naturaleza humana una respuesta directa a nuestras preguntas sobre qué hay que hacer hic et nunc. La decisión moral que una persona ha de tomar frente a una situación, tiene dos polos de referencia que son, por un lado,  la ley moral –siempre de carácter universal-, y, por el otro, la situación a la que se aplica la ley, situación siempre concreta. Así, mientras cada caso particular es diferente, la ley moral bajo cuyo prisma se enfoca cada  situación, es la misma. La dificultad yace, justamente, en armonizar estos dos extremos heterogéneos.

            La formulación racional de la ley natural partiendo de la naturaleza humana, permite indicar la dirección que ha de tomar la decisión moral, pero no entra a detallar la situación concreta de cada persona.

            Puedo defender que la ley moral de ‘no robar’ es ‘inferible’de la naturaleza humana, pero me será necesaria una reflexión precisa de la situación en que me encuentro para llegar a la conclusión de que robar a quien tiene comida en abundancia, en el caso de que me esté muriendo de hambre, es un acto moralmente permitido. Los primeros principios o preceptos primarios de la ley natural son principios comunes y evidentes para todo ser humano de razón ‘normal’, y también los son las consecuencias inmediatas de estos principios. Principios como ‘lo que no quieras para ti no lo quieras para otro’ o ‘se debe honrar a los padres’, son evidentes. Ahora bien, esta evidencia decae cuando nos referimos a las conclusiones más alejadas de aquellos principios: es el caso del principio ‘es lícito matar a otra persona en defensa propia’ cuya certeza requiere de una serie de consideraciones y de razonamientos prescindibles cuando se trata de la evidencia de los principios antes señalados.

 

Teniendo en cuenta las consideraciones hechas hasta ahora, quisiera poner de relieve los tres puntos siguientes:

1. Apelar a la naturaleza humana como principio-guía de la excelencia moral no significa que la naturaleza humana sea una especie de librito de casuistica que resuelva, de una manera simple, nuestras dudas morales. Lo que quiere decir es que aceptamos que, por encima o por debajo de nuestra voluntad, existe una referencia a la que hay que atenerse, a la que hay que escuchar para poder alcanzar el ideal moral. No por eso, sin embargo, dejará de ser duro y difícil, en muchos casos, ver qué es lo mejor moralmente hablando, aventura en la que, acompañado, aconsejado o guiado se adentra cada ser humano en solitario, porque cada uno es responsable de sus decisiones morales.

 

 

2. La naturaleza humana es condición necesaria, pero no suficiente para establecer el bien humano en cada ocasión concreta. Por mucho que la naturaleza humana sea lo que de común hay entre los hombres, el modo como se concreta en cada uno de ellos, la forma como se desarrolla, es bien diferente. Esta diferencia viene dada por las características propias de cada individuo y también por el ambiente y el tiempo en que vive. Sólo desde esta perspectiva se entiende que Santo Tomás diga:

 

“(...) lo justo y lo bueno (...) son formalmente y en todas partes lo mismo, porque los principios del bien en la razón natural no cambian (...). Pero en sentido material, no son lo mismo en todas partes, y para todos los hombres, y esto es así porque la naturaleza del hombre es cambiante,  a causa de las diferentes condiciones en que los hombres y las cosas se encuentran en diferentes ambientes y tiempos”

(Q.D. De Malo, q.2,a.4,ad.13)

 

            La decisión que he de tomar ante determinada situación, ha de tener en cuenta tanto las exigencias de mi naturaleza como las circunstancias de su concreción. Ninguno de los dos extremos puede ser olvidado porque ambos me pertenecen y me constituyen. No se trata, pues, de sacrificar lo material para dar cabida a un legalismo absurdo, ni de olvidar la ley moral que nace de las exigencias de mi naturaleza racional, pues nos  veríamos abocados a un relativismo situacionista.

 

3. La interpretación racional de la naturaleza humana no es infalible. La evidencia de los primeros principios de la ley moral a los que hace unos minutos nos referíamos, descartan que la razón se equivoque en su captación. Ahora bien, por lo que se refiere a las conclusiones derivados de los principios, dada la dificultad que muestra todo lo que se acerca al terreno de lo particular, la razón puede equivocarse y, de hecho, se ha equivocado muchas veces a lo largo de la historia, dando por moralmente buenas actitudes o conductas que, con el tiempo y una reflexión más profunda y acerada, se han encontrado, después, moralmente injustificables.

 

4. Es necesario no esperar certeza plena ni seguridad completa de lo que no puede ofrecerla.

Personas de todos los tiempos han manifestado su deseo de que la precisión que hallamos en el ámbito de la geometría y de la matemática la pudiéramos encontrar también en el ámbito de los asuntos humanos. La seguridad con la que se afirma que un triángulo tiene  tres ángulos aquí, allá, y en toda época y momento, está lejos de ser la misma con la que se dice que éste es un acto justo aquí, allá, ahora y antes. Ya Aristóteles señalaba que es preciso buscar la rigurosidad del conocimiento según lo permita ola materia de que se trate. Y es que la certeza que podamos tener de que la decisión moral que hemos tomado es correcta, sólo podrá ser una certeza prudente, pero no plena.

            Este afán de seguridad es mantenido por todos aquellos que quisieran una fórmula de decisión para cada situación  y, llegado del caso, poder aplicarla sin necesidad de analizar y valorar qué debe hacerse. A todos los que nos hablan de Ética hay que exigirles profundidad y claridad porque estas dos condiciones pueden ayudarnos en nuestras reflexiones personales cotidianas, pero nadie puede sustituir a otra persona en el papel de tomar una decisión moral.

 

Algunos de los defensores de la ley natural han vinculado su existencia a la de Dios, y resulta fácil ver la pertinencia de esta afirmación.

            La ley moral es elaborada por la razón a partir de la naturaleza humana, pero del mismo modo que la razón no es la causa de la naturaleza humana, tampoco constituye el fundamento último de la ley natural. La ley moral deriva de Dios, no está promulgada por el hombre que es, esto sí, su intérprete. En los autores en los que se vincula la ley natural a la existencia de Dios, esta ley no es más que la forma especial que tiene la ley eterna –orden de la creación- de referirse a los seres racionales, cuyas características más notables son la de poder conocer esta ley  y la de obedecerla voluntariamente.

 

Cuando la razón interpreta la naturaleza humana y formula el orden –ley moral- que ha de seguir para llegar a la excelencia, está participando, por la vía del conocimiento, en el orden dado por Dios a la creación.

Cuando la voluntad sigue la ley natural está  participando, por la vía de la voluntad libre, en el desarrollo de la creación divina.

Algunos autores, sin embargo, aunque defienden la existencia de la ley natural, no vinvulan su existencia a la de Dios porque mantienen que, filosóficamente, no puede darse prueba alguna de su existencia.

 

Ley, naturaleza y ecología

 

Hablando en términos generales, la filosofía clásica y con ella la medieval, en general, defendió una ética en cuya formulación la naturaleza tenía un papel protagonista. Cínicos, estoicos y epicúreos, entre otros, plantean un modelo de excelencia moral inspirado en lo que el hombre es, un ser racional y pasional. Aunque cada una de estas tendencias ofrezca un modelo moral en el que la relación razón-pasión aparece de forma diferente, lo cierto es que, incluso en el caso del Estoïcismo antiguo y tardío, que niega a la pasión un ejercicio activo en la vida moral, incluso en ese caso, decimos, dentro del ideal moral de actuar  conforme a la naturaleza,  la razón goza de plena confianza     como facultad capaz de dirigir los actos humanos a la excelencia y eliminar la siempre nefasta influencia de la pasión.

De acuerdo con el análisis que A. MacIntyre realiza en Tres versiones rivales de la Ética,, las tesis protestantes arrojaron tantas dudas sobre la capacidad de la razón para dirigir la conducta humana por el camino correcto, que devino imposible fundamentar la moralidad humana en la naturaleza -ni tan siquiera en su vertiente racional-. La recuperación  posterior de la razón como facultad capaz de dirigir la conducta humana se  logró  poniéndola en contraposición con la parte ‘natural’ del hombre que,  a partir de ese momento, pasó a designar la parte pasional  y afectiva. El dualismo radical introducido por Kant nos conduce a pensarnos como seres escindidos en naturaleza y razón, cuando la razón es también naturaleza. Da pie, también, a pensar que la razón es ajena a la naturaleza, que es soberana, en el sentido de legisladora, y que puede desarrollar íntegramente al ser humano prescindiendo de algunos aspectos del ser personal. La solución ilustrada al problema del descrédito de la razón introducido por el protestantismo fue su desnaturalización; se sustituyó el punto de apoyo de la razón, porque se cambió la naturaleza –de la que formaba parte la razón misma-  por la apelación a un reino formado por la comunidad de seres racionales. Desde el planteamiento moral kantiano es difícil evitar el dualismo cuando el ser humano es llevado a pensarse a sí mismo como miembro un mundo natural y de un mundo moral con  pocas  esperanzas de encontrar una conciliación entre ambos.

Es difícil saber con certeza si este dualismo interno puede haber dado pie al progresivo  distanciamiento del hombre con respecto a la naturaleza en la que  se encuentra, separación que ha propiciado que, cada vez con mayor fuerza, el hombre sienta la naturaleza como algo extraño, como un medio que se le va haciendo ajeno. Tendríamos, entonces, un dualismo a dos bandas, quizá relacionadas. La razón, irreconciliable con la pasión, alejada de la naturaleza y escéptica con respecto a la posibilidad del conocimiento de esa misma naturaleza.

 

Como es bien sabido,  en la undécima Tesis sobre Feurbach (La ideología alemana), Marx afirma que, hasta ese momento, los filósofos sólo habían interpretado el mundo de formas diferentes, y de lo que se trataba era de transformarlo. Pues bien, los hombres lo transformaron y lo han hecho de tal modo que, a juicio de la ética ecológica, están consiguiendo hacerlo cada vez menos habitable. Si la mirada que el ser humano detiene sobre la naturaleza no le lleva a verla como parte de su propia vida, quizá tenga que  reconsiderar su forma de mirarla. La transformación que preconizaba Marx trajo la idea de ‘dominio de la naturaleza’ y con ella la de una utilización descabellada e irresponsable de los recursos. Este abuso ha provocado las airadas protestas de la ética ecológica y, de hecho, ha propiciado el afianzamiento, cada vez mayor, por necesario, de esta joven rama de la Ética aplicada. Como dice Edward O. Wilson (La diversidad de la vida, p. 351), tanto los que defienden que el mundo ha sido creado por Dios, como los que ven en él el resultado de una ciega evolución, estarán de acuerdo en que la humanidad está destruyendo la Naturaleza, y que es necesario  el cambio de actitud que  pide la ética ambiental.

            Aldo Leopold (A Sand County Almanac) puso en 1949 las bases de la reflexión de lo que, tiempo después, sería la ética ambiental. Leopold denuncia que los hombres ven la naturaleza como algo que les pertenece y de lo que pueden servirse a placer, al tiempo que defiende la necesidad de un cambio de actitud respecto a la naturaleza, manteniendo que ésta es algo interior al hombre, y que éste, el hombre es un elemento más de la naturaleza. Leopold se refiere a una comunidad de partes interdependientes recordándonos, con esta forma de entender tanto el hombre como la naturaleza, las palabras de Marco Aurelio (Reflexiones, nº 38):

 

“Piensa muchas veces que la unión íntima de todas las cosas que existen en el universo y en su relación mutua. En cierta forma, en efecto, todas las cosas se entrelazan entre ellas, al tiempo que, según esto, todas las cosas son amigas entre ellas, ya que una es consecuencia de la otra a causa del movimiento ordenado, del aliento común y de la unidad de la sustancia”

 

A partir de las tesis de Leopold se abren una serie de interrogantes a los que, sin duda, se dan respuestas diferentes a las que hallamos en los sistemas éticos pasados,  cuestiones  como:

a)      quiénes integran la comunidad moral;

b)      cuáles ha de ser los limites de la intervención humana sobre la naturaleza ambiental y la naturaleza propia; o

c)      si nuestros deberes morales se extienden también hacia los animales, los embriones y las generaciones futuras.

 

No está en la finalidad de esta ponencia exponer los vericuetos por los que discurre la ética ambiental. Lo que ahora nos interesa destacar de la ética ecológica –dejando de lado las diferentes  posiciones que adopta- es su asunción de que existe una naturaleza humana integrada en una naturaleza global, y que la consideración de este ser natural del hombre ha de ser tenido en cuenta a la hora de formular su ‘deber ser’.

 

En la negación de una ética con fundamento en la naturaleza humana ha pesado,  a veces, una mala interpretación del concepto de ‘naturaleza’. “Ahora –dice Félix García Moriyón (El concepto de naturaleza)- estamos aproximándonos a través del ecologismo a una concepción de la naturaleza como sistema complejo y organizado, en el que no es posible la fragmentación y utilización parcelada de ninguno de sus elementos, pero en el que tampoco es posible mantener una concepción estática y cerrada de ese mismo ecosistema”.

 

La naturaleza no es algo estático y pre-definido como algunos la entienden. La naturaleza humana se encuentra asociada al factor tiempo y a la acción humana sobre ella; puede ser entendida como un proyecto que la voluntad ha de descubrir, ha desarrollar, y conducir a la excelencia. El hombre forma parte de la naturaleza; no puede decirse que esté en la naturaleza porque es una parte de ella,  y se sabe parte de ella. Hay que revertir ese ‘entender la naturaleza’ en ‘conservar’ y ‘desarrollar’ la naturaleza. Y esta afirmación  se extiende tanto al ámbito personal como al no-personal:

a)      conservar  y desarrollar la naturaleza propia

b)      conservar y desarrollar la naturaleza que nos envuelve

 

Si se acepta la existencia de una naturaleza humana constituida por una parte racional y otra afectiva –en palabras de Aristóteles, el hombre es un deseo razonado o una razón deseosa- y se reconoce la dependencia de la naturaleza que nos envuelve, se abre un camino que nos lleva desentrañar, con las equivocaciones, los riesgos y los tropiezos inevitables,  cuál ha de ser nuestra conducta  con respecto al desarrollo moral de nuestra vida, y cuál ha de ser nuestra actitud y acción sobre la naturaleza para su conservación y mejora. Quizá la cuestión no sea si existe o no algo llamado ‘naturaleza humana’, sino establecer los limites de lo que llamamos ‘natural’. Porque, ¿en qué sentido puede decirse que algo de lo que el hombre hace no es natural? La especulación filosófica tendría que dedicarse más bien a distinguir para entender y, en el  caso de la Ética, a entender para determinar los criterios que  han de orientar al agente moral a decidir con acierto.

“Mientras no se acepte la unión de la moral con la naturaleza humana y la de ambas con la del medio ambiente –dice J. Dewey (Naturaleza humana y conducta)- nos veremos privados de la ayuda que pudiera prestarnos la experiencia previa para hacer frente a los problemas más agudos y profundos de la vida”

 

Puede que la ética ambiental y las éticas que defienden la ley natural  no compartan ni el fundamento de la naturaleza humana ni la expresión material de cómo hay que actuar para desarrollar moralmente nuestras  vidas, sin embargo, sí están de acuerdo en que el hombre no sólo es  producto de la historia y de la cultura. A pesar de las discrepancias filosóficas que median entre la ética ecológica y las posiciones iusnaturalistas, lo cierto es que la ética ambiental puede brindar un punto de apoyo a la defensa de una moralidad fundamentada en la naturaleza humana. Nuestros deberes morales, para con nosotros y para con todo lo demás (con su diversidad y complejidad)   quedan establecidas a partir de lo que somos. La ley moral nacida de la naturaleza humana  indica el camino de la excelencia  que aquélla ha de seguir. Sigue siendo válida hoy la célebre exhortación de ‘vive conforme a la naturaleza’.

 

 Las voces de los representantes de la  ética ecológica son una llamada a la reflexión sobre la relación del hombre con la naturaleza que le conforma y con la naturaleza de la que forma parte. Como dice Pere Codinachs (L’Ecologia), “El hombre añora el paraíso perdido y lucha por reencontrarlo, pero no lo hará sin hacer las paces con la naturaleza, consigo mismo y con los demás” (p.23) (En catalán en el original).

 

Barcelona, 20 de septiembre de 2005