NATURALEZA, LEY Y ECOLOGÍA
Dra. Margarita Mauri
Universidad de Barcelona
Resumen. Exposición
y defensa de la necesidad de reconocer y respetar una ley de la
naturaleza que sirva de pauta de conducta al ser humano con
respecto a sí mismo, a sus semejantes y al resto de seres
existentes. Crítica a las posiciones filosóficas que defienden
la 'invención' de la realidad y una autonomía moral que dependa
únicamente del sujeto individual.
Classical philosophy
took for granted the existence of a human nature that gave rise
to express in form of moral law the direction that man had to
follow to reach moral excellence.
Later philosophical
systems uprooted reason from human nature and put the foundation
of the decision only in reason. Others denied the existence of a
human nature because they understood that man was a mere result
of culture. Some others, without denying human nature, defended
the impossibility to know it and did not consider anymore the
subject of human nature a question of philosophical interest.
Ecological or
environmental ethics (born some years ago and enjoying a boom
now) has been focusing its reflection in nature, as much in
environmental nature as in human nature, to proclaim the
necessity of becoming aware of the attitude of man towards
itself and its environment.
In spite of the
differences that separate ecological ethics of iusnaturalists
theses, the necessity to recover for philosophy (for a correct
understanding of human being) the concept of ‘human nature’,
approaches these two forms of understanding human morality.
La primera
ocasión que, en la Ética a Nicómaco, Aristóteles
introduce el término ergon (I,7,1097b 24-25), es para
dar respuesta a la pregunta por la ‘felicidad’ humana, una
respuesta tan larga que se extiende hasta el final de la obra.
Si llegamos a comprender ‘la función’ del hombre, dice el autor,
llegaremos a saber en qué consiste su felicidad. El texto
aristotélico no permite ninguna duda sobre la existencia de
diversas actividades humanas, lo que hay que averiguar es si
alguna de ellas es específicamente humana. Como es bien sabido,
pocas líneas más abajo, Aristóteles afirma que la actividad del
alma según razón o no desprovista de ella es la labor más
propiamente humana. De esta forma, queda vinculada la plenitud
de la vida humana –que es como hay que entender el término ‘felicidad’-
al ejercicio de la capacidad racional, llevado a cabo según
areté, es decir, del modo más excelente.
La afirmación
sobre la excelencia de una actividad da pie a pensar que esta
actividad puede realizarse de un modo no excelente. La
observación empírica acerca de lo que los hombres hacen, dicen o
escriben conduce a Aristóteles a afirmar que la actividad
específica del ser humano es la racional. Ahora bien, la doble
posibilidad de su ejercicio, es decir, que esta actividad pueda
realizarse bien o mal, demanda la introducción de un orden que
es expresado en forma de ley. Resultaría absurdo ordenar lo que
sólo puede hacerse de una forma, resultaría absurdo ordenar la
forma de hacer una actividad si ésta no pudiera hacerse más que
de una sola forma.
Desde este punto
de vista, la ley no es extraña al hombre porque parte de lo que
el hombre es y señala la dirección hacia la que encarrilar su
actividad más propia si la finalidad es la excelencia. Por eso,
a pesar de la forma de precepto que la ley adopta, no puede
considerarse más que una ley nacida de la razón con la finalidad
de guiar al ser humano hacia el desarrollo de su ser.
La ley existe
desde el momento en que:
a)
hay una
naturaleza con una función
b)
hay dos
formas de realizar esta función
c)
la
posibilidad de excelencia sólo se consigue si se sigue una de
estas dos formas de realizar esa función
Lo que la ley
prescribe ha sido apuntado antes por la naturaleza como
conveniente, como necesario para el perfecto desarrollo del
ideal humano.
La inclinación
natural indica que lo perseguido es conveniente, adecuado a la
naturaleza humana, sin que la inclinación se convierta en una
razón suficiente de la conveniencias de lo que se desea,
porque la razón de que algo sea conveniente es que es
perfectivo, es decir, que su logro ayuda al ser humano a
aproximarse a la excelencia, esto es, que contribuye al
despliegue del ser humano. La inclinación es una muestra, una
señal de que lo buscado es perfectivo, pero el hecho de que el
sujeto tienda a ello no es la razón de su bondad (si así fuese,
todo aquello a que los hombres tienen tendría que ser
considerado perfectivo de su ser sólo porque en ellos se diera
la tendencia).
De la
observación de la conducta humana se concluye que son tres sus
tendencias básicas:
a)
La
tendencia a la propia conservación
b)
La
tendencia a la continuidad de la especia
c)
La
tendencia relacionada con la naturaleza racional humana
A partir de lo
dicho hasta ahora puede afirmarse que:
a)
La
inclinación pone en evidencia que lo perseguido es un bien para
el ser humano
b)
La ley
moral, basada en las tendencias naturales, prescribe estos
mismos bienes a que la naturaleza humana tiende porque,
c)
Su
obtención conduce al hombre la excelencia
La teoría de la
ley natural defiende que las pautas de nuestra conducta moral
vienen dadas por la naturaleza, o lo que viene a ser lo mismo,
que no puede dibujarse el ideal moral humano sin partir de la
naturaleza humana. Esta afirmación supone:
1.
La defensa
de la existencia de una naturaleza humana común a todos los
seres humanos
2.
Que la
naturaleza humana ‘indica’ la dirección de su excelencia
3.
Que la
razón humana es capaz de interpretar esta naturaleza de manera
que, partiendo de su comprensión, la razón es capaz de formular
la ley moral natural que ha de regir la conducta humana poniendo
por base la misma naturaleza.
Vamos ahora a
analizar y a introducir matices en cada unote estos tres puntos:
1. La defensa
de la existencia de una naturaleza humana común a todos los
seres humanos
Con esta
afirmación, la teoría de la Ley Natural se opone a la tesis que
niega la existencia de una naturaleza humana común a todos los
hombres, tesis mantenida por todos aquellos que consideran que
el hombre es resultado de la historia, y que cambia tan
radicalmente, que deviene imposible encontrar un fondo inmutable
común a todos los seres humanos. Así, dicen, la naturaleza
humana es relativa a cada momento histórico y, llevando esta
tesis a su forma más extrema, se defiende que la naturaleza
humana es relativa a cada situación vivida por una persona.
Siguiendo por este camino, la conclusión a la que llegamos está
clara: no existe una naturaleza humana común a todos los hombres,
y, por tanto, tampoco existe una ley que se derive de ella.
Contra esta tesis, el iusnaturalismo defiende la existencia de
una naturaleza humana común, un mínimo común denominador a todos
los llamados ‘seres humanos’ que se desarrolla en medio de todas
las diferencias que separan a una persona de otra. Partiendo de
este fondo común puede perfilarse –a través de la ley natural-
el ideal de excelencia del ser humano, ideal que, atendiendo a
las diferencias innegables que existen entre las circunstancias
de cada persona, será llevado a la práctica de forma diferente,
pero con un nexo de unión entre las diferentes formas.
2. Que la
naturaleza humana ‘indica’ la dirección de su excelencia
La inclinación
natural manifiesta que lo querido es conveniente, es propio de
la naturaleza humana sin que lo deseado sea una razón suficiente
de la conveniencia de querido. La razón que convierte algo en
bueno es que sea perfectivo, es decir, que contribuya a la
excelencia del sujeto volente, al desarrollo de lo que es. El
objeto de la inclinación es una muestra, no la razón de que lo
querido es adecuado.
Lo mismo cabe decir del placer, que no
constituye la razón de que algo sea bueno
puesto que, para algunas personas, resulta
placentero lo que no es bueno, lo que no
resulta perfectivo de su ser desde el punto
de vista de su realización o desarrollo. El
placer es un indicativo de que lo querido
es bueno, pero no es una razón suficientede su bondad. Como
tampoco que algo sea placentero ha de indicar necesariamente que,
por ser placentero, no es bueno.
3.Que
la razón humana es capaz de interpretar esta naturaleza de
manera que, partiendo de su comprensión, la razón pueda
formular la ley moral natural que ha de regir la conducta humana
teniendo por base la misma naturaleza.
La ley moral es
la ley de la naturaleza humana, es la ley de la razón. En las
tesis de los defensores de la ley natural, la razón es concebida
como una facultad capaz, por su propia fuerza, de encontrar en
la naturaleza el camino de la excelencia moral. Contra lo que
afirma Lutero, para quien la razón caída es incapaz de servir
de guía natural, la razón de la que hablamos se orienta
razonando a partir de lo que tiene ante sí.
Una de las
diferencias que separa a los seres racionales de los que no lo
son, es que los primeros tienen la capacidad de perjudicarse a
voluntad, de no desarrollar su función de un modo excelente. A
voluntad pueden alejarse de lo más conveniente. El conocimiento
sitúa al hombre en la aceptación voluntaria de la ley, o bien
en su rechazo. De ahí la raíz biológica de la moralidad que la
ética formal –y también algunas interpretaciones de la ley
natural (como la deontológica)- rechazan. Consideran indigno de
la razón humana esta actitud de aceptación,
actitud que contraponen a la actitud de
creación, manifestación de la libertad humana en el ámbito
moral, es decir, de autonomía.
Pero, ¿de qué
manera podríamos indicar qué conviene a un ser si no
conociéramos la clase de ser que es? Y una vez conocida la clase
de ser que es, ¿no prescribiríamos que le conviene si –y sólo
si- quisiéramos mantenerlo en lo que es o proyectarlo hacia el
ideal?
Algunas objeciones planteadas a la existencia de la ley natural
provienen de que, para algunos autores, partir de la naturaleza
humana cuando se habla de moralidad, resulta incompatible con la
idea de libertad, concepto esencia de la moralidad. Hay autores
que cifran la dignidad humana en obedecer las leyes que se
originen exclusivamente en la razón. Si obedeciéramos las leyes
de la naturaleza –formuladas por la razón- perderíamos la
libertad y la dignidad, afirman.
La polémica sobre
si la razón normativiza arrancando de la naturaleza completa del
ser humano, o excluyendo de él el poso biológico, en otros
términos, si la ley moral nace de una razón desarraigada de las
inclinaciones naturales, pone de relieve otro problema que, o
subyace al primero, o se deriva de él: es el problema de la
identidad del sujeto, la cuestión de la mirada del sujeto sobre
sí mismo. ¿Cómo se ve el hombre a sí mismo?,
a)
¿Cómo una
alma dentro de un cuerpo?,
b)
¿Cómo una
libertad disminuida por la dimensión corporal del hombre?, o
c)
¿Cómo una
unidad formada por alma y cuerpo, o sea, como un ser libre en
medio de la necesidad?
La
respuesta a la pregunta sobre cómo se concibe el hombre a sí
mismo –que es anterior a la pregunta sobre la fundamentación de
la ley moral- condiciona todas las teorías sobre la moralidad
humana. Una antropología marcadamente dualista con un sentido
negativo acerca de toda inclinación que provenga de lo corporal,
nunca podrá defender una ley natural que armonice la razón con
la pasión.
La ley sentida
como una losa que impide el movimiento libre de la voluntad, la
convierte en una imposición extrínseca a la naturaleza humana.
El ‘quién’ de la ley es la razón atenta al ideal, a la actividad
más específica realizada de modo excelente. La teoría que
defiende que la ley moral está basada en la naturaleza humana
imagina un mundo moral ‘paralelo’ al mundo físico, regido por
leyes cuyo cumplimiento convierte al ser humano en un ser
tendente al ideal. A diferencia de Kant, la razón interpreta,
traduce, preceptúa lo conveniente partiendo de lo que está dado,
porque lo dado no se deja (no se puede) omitir, está allí, a
pesar de la voluntad humana, que puede no quererlo; la
naturaleza se expresa en su propio lenguaje. A esta idea se
refiere Jaume Bofill (El hombre y su destino, p.83)
cuando afirma:
“En el fondo de
nuestro conocimiento y de nuestro querer se encuentra siempre la
Naturaleza (...) hay un punto de partida y de apoyo fijo,
preestablecido por la naturaleza, en nuestro devenir intelectual
y volitivo; una unidad necesitante, que dice razón a la vez de
principio y de fin, que vincula al hombre, previamente a toda
eclosión de facultades, a Aquel en quien se concentra su
definitiva perfección”
Esto,
sin embargo, no equivale a afirmar que la naturaleza humana sea
normativa en ella misma. La naturaleza humana se mueve en el
ámbito de lo fáctico, del ser, pero su interpretación racional
es normativa en tanto que, al formular la ley, se tiende un
punte entre el ‘ser’ y el ‘deber ser’. En otras palabras, ‘lo
que el hombre tendría que ser’ puede ‘llegar a serlo’ si lo que
es ahora’ sigue la prescripción de la ley. Añadamos que ‘lo que
el hombre tendría que ser’ nace de la comprensión de ‘lo que es’.
Toda ley supone, entonces, dos extremos en tensión: el ‘desde
dónde nace’, y el ‘hacia dónde apunta’. Sin estos dos extremos
la ley pierde sentido. No se conectan sólo dos tiempos, presente
y futuro, sino dos mundos, el mundo de un ser con posibilidades
y el mundo de un ser realizado. Es la teoría aristotélica de la
formación acto-potencial de los seres aplicada al ser humano y
abordada desde la Ética. Siguiendo cierto orden, la voluntad
humana lleva a su máximo desarrollo lo que potencialmente se
contiene en la naturaleza a la que cabría considerar como un
‘saco de posibilidades’. Este desarrollo que parte del ser y
apunta a su plenitud, no se lleva a cabo sin la participación
voluntaria y activa del ser humano que, por decirlo así, puede
llevarse a sí mismo hasta la plenitud partiendo de lo que su ser
naturalmente le ofrece. Creo que a esto es a lo que se refiere
A. MacIntyre (Tras la virtud, p. 269) cuando habla del
telos de la vida humana entendida como una unidad
narrativa encarnada por una vida única.
Otra
cosa distinta es si la naturaleza es principio suficiente o sólo
necesario para poder formular las leyes naturales. Posiblemente
sea principio necesario y suficiente para expresar la ley
primera y más general, pero resulta un principio insuficiente
para referirse al caso concreto.
Que las leyes
morales que rigen o han de regir nuestra conducta nazcan de la
lectura que la razón hace de la naturaleza humana, no equivale a
afirmar que encontremos en la naturaleza humana una respuesta
directa a nuestras preguntas sobre qué hay que hacer hic et
nunc. La decisión moral que una persona ha de tomar frente a
una situación, tiene dos polos de referencia que son, por un
lado, la ley moral –siempre de carácter universal-, y, por el
otro, la situación a la que se aplica la ley, situación siempre
concreta. Así, mientras cada caso particular es diferente, la
ley moral bajo cuyo prisma se enfoca cada situación, es la
misma. La dificultad yace, justamente, en armonizar estos dos
extremos heterogéneos.
La
formulación racional de la ley natural partiendo de la
naturaleza humana, permite indicar la dirección que ha de tomar
la decisión moral, pero no entra a detallar la situación
concreta de cada persona.
Puedo
defender que la ley moral de ‘no robar’ es ‘inferible’de la
naturaleza humana, pero me será necesaria una reflexión precisa
de la situación en que me encuentro para llegar a la conclusión
de que robar a quien tiene comida en abundancia, en el caso de
que me esté muriendo de hambre, es un acto moralmente permitido.
Los primeros principios o preceptos primarios de la ley natural
son principios comunes y evidentes para todo ser humano de razón
‘normal’, y también los son las consecuencias inmediatas de
estos principios. Principios como ‘lo que no quieras para ti no
lo quieras para otro’ o ‘se debe honrar a los padres’, son
evidentes. Ahora bien, esta evidencia decae cuando nos referimos
a las conclusiones más alejadas de aquellos principios: es el
caso del principio ‘es lícito matar a otra persona en defensa
propia’ cuya certeza requiere de una serie de consideraciones y
de razonamientos prescindibles cuando se trata de la evidencia
de los principios antes señalados.
Teniendo en
cuenta las consideraciones hechas hasta ahora, quisiera poner de
relieve los tres puntos siguientes:
1. Apelar a la
naturaleza humana como principio-guía de la excelencia moral no
significa que la naturaleza humana sea una especie de librito de
casuistica que resuelva, de una manera simple, nuestras dudas
morales. Lo que quiere decir es que aceptamos que, por encima o
por debajo de nuestra voluntad, existe una referencia a la que
hay que atenerse, a la que hay que escuchar para poder alcanzar
el ideal moral. No por eso, sin embargo, dejará de ser duro y
difícil, en muchos casos, ver qué es lo mejor moralmente
hablando, aventura en la que, acompañado, aconsejado o guiado se
adentra cada ser humano en solitario, porque cada uno es
responsable de sus decisiones morales.
2. La naturaleza
humana es condición necesaria, pero no suficiente para
establecer el bien humano en cada ocasión concreta. Por mucho
que la naturaleza humana sea lo que de común hay entre los
hombres, el modo como se concreta en cada uno de ellos, la forma
como se desarrolla, es bien diferente. Esta diferencia viene
dada por las características propias de cada individuo y también
por el ambiente y el tiempo en que vive. Sólo desde esta
perspectiva se entiende que Santo Tomás diga:
“(...) lo justo y
lo bueno (...) son formalmente y en todas partes lo mismo,
porque los principios del bien en la razón natural no cambian
(...). Pero en sentido material, no son lo mismo en todas partes,
y para todos los hombres, y esto es así porque la naturaleza del
hombre es cambiante, a causa de las diferentes condiciones en
que los hombres y las cosas se encuentran en diferentes
ambientes y tiempos”
(Q.D. De Malo, q.2,a.4,ad.13)
La
decisión que he de tomar ante determinada situación, ha de tener
en cuenta tanto las exigencias de mi naturaleza como las
circunstancias de su concreción. Ninguno de los dos extremos
puede ser olvidado porque ambos me pertenecen y me constituyen.
No se trata, pues, de sacrificar lo material para dar cabida a
un legalismo absurdo, ni de olvidar la ley moral que nace de las
exigencias de mi naturaleza racional, pues nos veríamos
abocados a un relativismo situacionista.
3. La
interpretación racional de la naturaleza humana no es infalible.
La evidencia de los primeros principios de la ley moral a los
que hace unos minutos nos referíamos, descartan que la razón se
equivoque en su captación. Ahora bien, por lo que se refiere a
las conclusiones derivados de los principios, dada la dificultad
que muestra todo lo que se acerca al terreno de lo particular,
la razón puede equivocarse y, de hecho, se ha equivocado muchas
veces a lo largo de la historia, dando por moralmente buenas
actitudes o conductas que, con el tiempo y una reflexión más
profunda y acerada, se han encontrado, después, moralmente
injustificables.
4. Es necesario
no esperar certeza plena ni seguridad completa de lo que no
puede ofrecerla.
Personas de todos
los tiempos han manifestado su deseo de que la precisión que
hallamos en el ámbito de la geometría y de la matemática la
pudiéramos encontrar también en el ámbito de los asuntos humanos.
La seguridad con la que se afirma que un triángulo tiene tres
ángulos aquí, allá, y en toda época y momento, está lejos de ser
la misma con la que se dice que éste es un acto justo aquí, allá,
ahora y antes. Ya Aristóteles señalaba que es preciso buscar la
rigurosidad del conocimiento según lo permita ola materia de que
se trate. Y es que la certeza que podamos tener de que la
decisión moral que hemos tomado es correcta, sólo podrá ser una
certeza prudente, pero no plena.
Este
afán de seguridad es mantenido por todos aquellos que quisieran
una fórmula de decisión para cada situación y, llegado del
caso, poder aplicarla sin necesidad de analizar y valorar qué
debe hacerse. A todos los que nos hablan de Ética hay que
exigirles profundidad y claridad porque estas dos condiciones
pueden ayudarnos en nuestras reflexiones personales cotidianas,
pero nadie puede sustituir a otra persona en el papel de tomar
una decisión moral.
Algunos de los
defensores de la ley natural han vinculado su existencia a la de
Dios, y resulta fácil ver la pertinencia de esta afirmación.
La
ley moral es elaborada por la razón a partir de la naturaleza
humana, pero del mismo modo que la razón no es la causa de la
naturaleza humana, tampoco constituye el fundamento último de la
ley natural. La ley moral deriva de Dios, no está promulgada por
el hombre que es, esto sí, su intérprete. En los autores en los
que se vincula la ley natural a la existencia de Dios, esta ley
no es más que la forma especial que tiene la ley eterna –orden
de la creación- de referirse a los seres racionales, cuyas
características más notables son la de poder conocer esta ley y
la de obedecerla voluntariamente.
Cuando la razón
interpreta la naturaleza humana y formula el orden –ley moral-
que ha de seguir para llegar a la excelencia, está participando,
por la vía del conocimiento, en el orden dado por Dios a la
creación.
Cuando la
voluntad sigue la ley natural está participando, por la vía de
la voluntad libre, en el desarrollo de la creación divina.
Algunos autores,
sin embargo, aunque defienden la existencia de la ley natural,
no vinvulan su existencia a la de Dios porque mantienen que,
filosóficamente, no puede darse prueba alguna de su existencia.
Ley, naturaleza y ecología
Hablando en
términos generales, la filosofía clásica y con ella la medieval,
en general, defendió una ética en cuya formulación la naturaleza
tenía un papel protagonista. Cínicos, estoicos y epicúreos,
entre otros, plantean un modelo de excelencia moral inspirado en
lo que el hombre es, un ser racional y pasional. Aunque cada una
de estas tendencias ofrezca un modelo moral en el que la
relación razón-pasión aparece de forma diferente, lo cierto es
que, incluso en el caso del Estoïcismo antiguo y tardío, que
niega a la pasión un ejercicio activo en la vida moral, incluso
en ese caso, decimos, dentro del ideal moral de actuar conforme
a la naturaleza, la razón goza de plena confianza como
facultad capaz de dirigir los actos humanos a la excelencia y
eliminar la siempre nefasta influencia de la pasión.
De acuerdo con el
análisis que A. MacIntyre realiza en Tres versiones rivales
de la Ética,, las tesis protestantes arrojaron tantas dudas
sobre la capacidad de la razón para dirigir la conducta humana
por el camino correcto, que devino imposible fundamentar la
moralidad humana en la naturaleza -ni tan siquiera en su
vertiente racional-. La recuperación posterior de la razón como
facultad capaz de dirigir la conducta humana se logró
poniéndola en contraposición con la parte ‘natural’ del hombre
que, a partir de ese momento, pasó a designar la parte pasional
y afectiva. El dualismo radical introducido por Kant nos conduce
a pensarnos como seres escindidos en naturaleza y razón, cuando
la razón es también naturaleza. Da pie, también, a pensar que la
razón es ajena a la naturaleza, que es soberana, en el sentido
de legisladora, y que puede desarrollar íntegramente al ser
humano prescindiendo de algunos aspectos del ser personal. La
solución ilustrada al problema del descrédito de la razón
introducido por el protestantismo fue su desnaturalización; se
sustituyó el punto de apoyo de la razón, porque se cambió la
naturaleza –de la que formaba parte la razón misma- por la
apelación a un reino formado por la comunidad de seres
racionales. Desde el planteamiento moral kantiano es difícil
evitar el dualismo cuando el ser humano es llevado a pensarse a
sí mismo como miembro un mundo natural y de un mundo moral con
pocas esperanzas de encontrar una conciliación entre ambos.
Es difícil saber con certeza si este
dualismo interno puede haber dado pie al progresivo
distanciamiento del hombre con respecto a la naturaleza en la
que se encuentra, separación que ha propiciado que, cada vez
con mayor fuerza, el hombre sienta la naturaleza como algo
extraño, como un medio que se le va haciendo ajeno. Tendríamos,
entonces, un dualismo a dos bandas, quizá relacionadas. La razón,
irreconciliable con la pasión, alejada de la naturaleza y
escéptica con respecto a la posibilidad del conocimiento de esa
misma naturaleza.
Como es bien
sabido, en la undécima Tesis sobre Feurbach (La ideología
alemana), Marx afirma que, hasta ese momento, los filósofos
sólo habían interpretado el mundo de formas diferentes, y de lo
que se trataba era de transformarlo. Pues bien, los hombres lo
transformaron y lo han hecho de tal modo que, a juicio de la
ética ecológica, están consiguiendo hacerlo cada vez menos
habitable. Si la mirada que el ser humano detiene sobre la
naturaleza no le lleva a verla como parte de su propia vida,
quizá tenga que reconsiderar su forma de mirarla. La
transformación que preconizaba Marx trajo la idea de ‘dominio de
la naturaleza’ y con ella la de una utilización descabellada e
irresponsable de los recursos. Este abuso ha provocado las
airadas protestas de la ética ecológica y, de hecho, ha
propiciado el afianzamiento, cada vez mayor, por necesario, de
esta joven rama de la Ética aplicada. Como dice Edward O. Wilson
(La diversidad de la vida, p. 351), tanto los que
defienden que el mundo ha sido creado por Dios, como los que ven
en él el resultado de una ciega evolución, estarán de acuerdo en
que la humanidad está destruyendo la Naturaleza, y que es
necesario el cambio de actitud que pide la ética ambiental.
Aldo
Leopold (A Sand County Almanac) puso en 1949 las bases de
la reflexión de lo que, tiempo después, sería la ética ambiental.
Leopold denuncia que los hombres ven la naturaleza como algo que
les pertenece y de lo que pueden servirse a placer, al tiempo
que defiende la necesidad de un cambio de actitud respecto a la
naturaleza, manteniendo que ésta es algo interior al hombre, y
que éste, el hombre es un elemento más de la naturaleza. Leopold
se refiere a una comunidad de partes interdependientes
recordándonos, con esta forma de entender tanto el hombre como
la naturaleza, las palabras de Marco Aurelio (Reflexiones, nº
38):
“Piensa muchas
veces que la unión íntima de todas las cosas que existen en el
universo y en su relación mutua. En cierta forma, en efecto,
todas las cosas se entrelazan entre ellas, al tiempo que, según
esto, todas las cosas son amigas entre ellas, ya que una es
consecuencia de la otra a causa del movimiento ordenado, del
aliento común y de la unidad de la sustancia”
A partir de las
tesis de Leopold se abren una serie de interrogantes a los que,
sin duda, se dan respuestas diferentes a las que hallamos en los
sistemas éticos pasados, cuestiones como:
a)
quiénes
integran la comunidad moral;
b)
cuáles ha
de ser los limites de la intervención humana sobre la naturaleza
ambiental y la naturaleza propia; o
c)
si
nuestros deberes morales se extienden también hacia los animales,
los embriones y las generaciones futuras.
No está en la
finalidad de esta ponencia exponer los vericuetos por los que
discurre la ética ambiental. Lo que ahora nos interesa destacar
de la ética ecológica –dejando de lado las diferentes
posiciones que adopta- es su asunción de que existe una
naturaleza humana integrada en una naturaleza global, y que la
consideración de este ser natural del hombre ha de ser tenido en
cuenta a la hora de formular su ‘deber ser’.
En la negación de
una ética con fundamento en la naturaleza humana ha pesado, a
veces, una mala interpretación del concepto de ‘naturaleza’.
“Ahora –dice Félix García Moriyón (El concepto de naturaleza)-
estamos aproximándonos a través del ecologismo a una concepción
de la naturaleza como sistema complejo y organizado, en el que
no es posible la fragmentación y utilización parcelada de
ninguno de sus elementos, pero en el que tampoco es posible
mantener una concepción estática y cerrada de ese mismo
ecosistema”.
La naturaleza no es algo estático y
pre-definido como algunos la entienden. La naturaleza humana se
encuentra asociada al factor tiempo y a la acción humana sobre
ella; puede ser entendida como un proyecto que la voluntad ha de
descubrir, ha desarrollar, y conducir a la excelencia. El hombre
forma parte de la naturaleza; no puede decirse que esté en la
naturaleza porque es una parte de ella, y se sabe parte de
ella. Hay que revertir ese ‘entender la naturaleza’ en
‘conservar’ y ‘desarrollar’ la naturaleza. Y esta afirmación se
extiende tanto al ámbito personal como al no-personal:
a)
conservar
y desarrollar la naturaleza propia
b)
conservar
y desarrollar la naturaleza que nos envuelve
Si se acepta la
existencia de una naturaleza humana constituida por una parte
racional y otra afectiva –en palabras de Aristóteles, el hombre
es un deseo razonado o una razón deseosa- y se reconoce la
dependencia de la naturaleza que nos envuelve, se abre un camino
que nos lleva desentrañar, con las equivocaciones, los riesgos y
los tropiezos inevitables, cuál ha de ser nuestra conducta con
respecto al desarrollo moral de nuestra vida, y cuál ha de ser
nuestra actitud y acción sobre la naturaleza para su
conservación y mejora. Quizá la cuestión no sea si existe o no
algo llamado ‘naturaleza humana’, sino establecer los limites de
lo que llamamos ‘natural’. Porque, ¿en qué sentido puede decirse
que algo de lo que el hombre hace no es natural? La especulación
filosófica tendría que dedicarse más bien a distinguir para
entender y, en el caso de la Ética, a entender para determinar
los criterios que han de orientar al agente moral a decidir con
acierto.
“Mientras no se
acepte la unión de la moral con la naturaleza humana y la de
ambas con la del medio ambiente –dice J. Dewey (Naturaleza
humana y conducta)- nos veremos privados de la ayuda que
pudiera prestarnos la experiencia previa para hacer frente a los
problemas más agudos y profundos de la vida”
Puede que la
ética ambiental y las éticas que defienden la ley natural no
compartan ni el fundamento de la naturaleza humana ni la
expresión material de cómo hay que actuar para desarrollar
moralmente nuestras vidas, sin embargo, sí están de acuerdo en
que el hombre no sólo es producto de la historia y de la
cultura. A pesar de las discrepancias filosóficas que median
entre la ética ecológica y las posiciones iusnaturalistas, lo
cierto es que la ética ambiental puede brindar un punto de apoyo
a la defensa de una moralidad fundamentada en la naturaleza
humana. Nuestros deberes morales, para con nosotros y para con
todo lo demás (con su diversidad y complejidad) quedan
establecidas a partir de lo que somos. La ley moral nacida de la
naturaleza humana indica el camino de la excelencia que
aquélla ha de seguir. Sigue siendo válida hoy la célebre
exhortación de ‘vive conforme a la naturaleza’.
Las voces de los
representantes de la ética ecológica son una llamada a la
reflexión sobre la relación del hombre con la naturaleza que le
conforma y con la naturaleza de la que forma parte. Como dice
Pere Codinachs (L’Ecologia), “El hombre añora el paraíso
perdido y lucha por reencontrarlo, pero no lo hará sin hacer las
paces con la naturaleza, consigo mismo y con los demás” (p.23)
(En catalán en el original).
Barcelona, 20 de
septiembre de 2005 |