¿Existe una ley del fomes?
Objeciones por las que parece que no existe ninguna
ley del fomes.
1. Dice San Isidoro en V Etymol., que
la ley se funda en la razón. Pero el fomes no se funda
en la razón, sino que más bien se desvía de ella. Luego el
fomes no tiene condición de ley.
2. Toda ley es obligatoria, de modo que quienes no la
cumplen son llamados transgresores. Pero el fomes no hace
transgresor a quien no la sigue, sino más bien a quien la
secunda. Luego el fomes no tiene carácter de ley.
3. Según ya dijimos, la ley se ordena al bien común.
Mas el fomes no se dirige al bien común, sino al bien
privado. No tiene, por tanto, carácter de ley.
Contra esto: Está lo que el Apóstol dice en Rom 7:
Siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi
mente.
Solución: Como ya se ha visto, la ley se encuentra
esencialmente en lo regulador y mensurante, y
participativamente en lo medido y regulado. Así que toda
inclinación u ordenación que se encuentra en lo sometido a
la ley puede ser llamada ley por participación, según lo
dicho. Ahora bien, el legislador puede producir una
inclinación en quienes han de obedecer la ley de dos
maneras. Ante todo, inclinando directamente a sus súbditos
hacia algo, a veces distinto para distintas personas, y en
este sentido puede decirse que una es la ley de los
soldados y otra la de los comerciantes. En segundo lugar,
indirectamente, en cuanto que el legislador destituye de
su dignidad a algún súbdito, y éste queda transferido a
otro orden y como a otra ley. Si un soldado, por ejemplo,
es expulsado del ejército, pasará al estatuto de los
campesinos o de los comerciantes.
Así, pues, bajo la autoridad de Dios legislador, las
distintas criaturas tienen distintas inclinaciones
naturales, de tal modo que lo que para una es, en cierto
modo, ley, para otra es contrario a la ley; como di se
dijera que la fiereza es, en cierto sentido, la ley del
perro, pero es, en cambio, contraria a la ley de la oveja
o de otro tipo de animal manso. Pues bien, la ley del
hombre, que deriva de la ordenación que Dios imprime en él
según propia condición, consiste en obrar de acuerdo con
la razón. Esta ley fue tan firme en el primer estado del
hombre, que nada se le escapaba al hombre al margen o en
contra de la razón. Mas desde que se apartó de Dios cayó
hasta dejarse arrastrar por los impulsos de la sensualidad,
y esto le ocurre a cada individuo especialmente cuanto más
se aparta de la razón, tanto que llega a asimilarse en
cierto modo a las bestias, que se rigen por los impulsos
sensuales, según lo que dice el salmo 48: El hombre,
rodeado de honores, no comprendió: se puso al nivel de los
jumentos irracionales y se hizo semejante a ellos.
En definitiva, pues, la inclinación a la sensualidad, a la
que llamamos fomes, en los demás animales tiene, sin más,
la condición de ley, aunque sea en la medida en que puede
llamarse para ellos ley de acuerdo con sus inclinaciones
directas. En los hombres, en cambio, no es ley en este
sentido, sino que más bien es una desviación de la ley de
la razón. Pero desde el momento en que, por la justicia
divina, el hombre ha sido destituido de la justicia
original y del vigor de la razón, el ímpetu mismo de la
sensualidad, bajo cuyo impulso cae, adquiere para él
carácter de ley, de una ley penal y consiguiente a la ley
divina por la que fue destituido de su dignidad propia.
Respuesta a las objeciones:
1. Este argumento considera el fomes en sí mismo, como
inclinación al mal. Pero, como ya vimos, no tiene carácter
de ley, sino sólo en cuanto responde a la justicia de la
ley divina, como si dijéramos que es ley el que se permita
que un noble sea relegado por su culpa a realizar obras
serviles.
2. Aquella objeción parte del hecho de que la ley
es una especie de regla o medida, y así los que se desvían
de ella se hacen transgresores. Pero el fomes, según vimos,
no es ley de este modo, sino por una cierta participación.
3. Este argumento considera el fomes en cuanto a su
inclinación propia, pero no en cuanto a su origen. De
todos modos, si se considera la inclinación de la
sensualidad tal como se da en los demás animales, está
ordenada al bien común, es decir, a la conservación de la
naturaleza en la especie o en el individuo. Y esto vale
también para el hombre cuando su sensualidad se somete a
la razón. Pero la sensualidad es llamada fomes en cuanto
se sale del orden de la razón. |