¿Tiene la ley como efecto hacer buenos a los hombres?
Objeciones por las que parece que no es propio de la
ley hacer buenos a los hombres.
1. Los hombres se vuelven buenos por la virtud, pues,
según se dice en II Ethic., la virtud es la que
hace bueno a quien la posee. Mas la virtud nos viene
únicamente de Dios, ya que es El quien la causa en
nosotros sin nosotros, según se ha dicho en la
definición de virtud. Luego no es propio de la ley hacer
buenos a los hombres.
2. La ley no aprovecha al hombre si no la cumple. Pero
cumplir la ley es por efecto de la bondad, la cual es, por
tanto, anterior a la ley en el hombre. Luego no es la ley
la que hace buenos a los hombres.
3. La ley se ordena al bien común, como ya dijimos.
Ahora bien, hay quienes se portan bien en lo referente al
bien común, pero no en los asuntos propios. Luego no es la
ley la que hace buenos a los hombres.
4. Algunas leyes son tiránicas, según dice el Filósofo
en su Política. Mas el tirano no busca el bien de
los súbditos, sino su propio provecho. Luego no es propio
de la ley hacer buenos a los hombres.
Contra esto: Está lo que dice el Filósofo en II
Ethic.: El propósito de todo legislador es hacer
buenos a los ciudadanos.
Solución: Como ya vimos, la ley no es otra cosa que el
dictamen de la razón que hay en el que preside y con el
que gobierna a sus súbditos. Ahora bien, la virtud de
cualquier súbdito consiste en someterse prontamente a
quien lo gobierna; y así vemos que la virtud de los
apetitos concupiscible e irascible está en obedecer
dócilmente a la razón. Y de esta manera, la virtud de
todo súbdito consiste en someterse dócilmente a su
superior, según dice el Filósofo en I Polit.
Mas todas las leyes se ordenan a ser cumplidas por los
súbditos. De donde resulta manifiesto que es propio de la
ley inducir a los súbditos a su propia virtud. Por otra
parte, como la virtud es la que hace bueno a quien
la posee, se sigue que el efecto propio de la ley es hacer
buenos a sus destinatarios, ya sea en sentido absoluto, o
en un sentido relativo. Porque si la intención del
legislador tiende al verdadero bien, que es el bien común
regulado según la justicia divina, se concluye que la ley
hará buenos a los hombres en sentido absoluto. Si, en
cambio, lo que el legislador se propone no es el bien
verdadero, sino un bien útil o deleitable para sí mismo, o
contrario a la justicia divina, entonces la ley no hace
buenos a los hombres en sentido absoluto, sino sólo en
sentido relativo, es decir, en relación a un determinado
régimen. De esta manera, en efecto, el bien se encuentra
incluso en cosas de suyo malas; y así decimos de alguien
que es un buen ladrón, porque actúa de acuerdo con su fin.
Respuesta a las objeciones:
1. Ya se ha dicho antes que hay dos clases de virtud,
la adquirida y la infusa. Para una y otra resulta
provechosa la costumbre, aunque de distinta manera, porque
respecto de la adquirida es causa, mientras que predispone
a la virtud infusa y, una vez que se la posee, la conserva
y desarrolla. Y como la ley se da para dirigir los actos
humanos, cuanto más estos actos contribuyen a la virtud
tanto más la ley hace buenos a los hombres. Por eso dice
el Filósofo en II Polit. que los legisladores
hacen buenos a los hombres suscitando costumbres.
2. No siempre se obedece la ley por la bondad perfecta
de la virtud, sino que a veces se hace por el temor de la
pena o por el mero dictamen de la razón, que, como vimos
antes, es uno de los principios de la virtud.
3. La bondad de las partes hay se ha de considerar en
relación al todo. Por eso dice San Agustín en III
Confes. que es deforme cualquier parte que no se
armoniza con el todo. De aquí que, al ser todo hombre
parte de un Estado, es imposible que sea bueno si no vive
en consonancia con el bien común, y, a la vez, el todo no
puede subsistir si no consta de partes bien proporcionadas.
Por lo tanto, es imposible alcanzar completamente el bien
común del Estado si los ciudadanos no son virtuosos, al
menos los gobernantes; porque en cuanto a los otros, basta
para lograr el bien común que sean virtuosos obedeciendo a
quien gobierna. Por eso dice el Filósofo en III Polit.
que es la misma la virtud del príncipe y la del hombre
bueno, pero no es igual la del ciudadano y la del hombre
bueno.
4. La ley
tiránica, al no conformarse a la razón, no es propiamente
ley, sino más bien una cierta perversión de la ley. Sin
embargo, aún se propone hacer buenos a los ciudadanos en
la medida en que conserva algo de la naturaleza de la ley.
De esta naturaleza no le queda sino el ser un dictamen del
gobernante respecto de sus súbditos y el ser dictada para
que los súbditos la obedezcan bien. Y esto es ya hacerlos
buenos, no en sentido absoluto, pero sí con respecto a tal
régimen . |