Todas las cosas humanas, ¿están sujetas
a la ley eterna?
Objeciones
por las que parece que no todas las cosas humanas están
sujetas a la ley eterna.
1. El
Apóstol dice en Gal 5: Si os dejáis conducir por el
Espíritu, ya no estáis bajo la ley. Mas los justos,
que son hijos de Dios por adopción, son guiados por el
Espíritu, según aquello de Rom 8: Los que son movidos
por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Luego
no todos los hombres están bajo la ley eterna.
2. En Rom. 8
dice el Apóstol: La prudencia de la carne es enemiga de
Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios. Pero hay
muchos hombres en quienes domina la prudencia de la carne.
Luego no todos los hombres están sujetos a la ley eterna,
que es ley de Dios.
3. Dice San
Agustín en I De lib. arb., que la ley eterna es
aquella que a los malos hace merecer la condenación y a
los buenos la vida bienaventurada. Ahora bien, ni los
bienaventurados ni los condenados están ya en estado de
merecer. Luego no están sujetos a la ley eterna.
Contra esto:
Está lo que dice San Agustín en XIX De civ. Dei :
Nada se sustrae a las leyes del supremo creador y
ordenador, que administra la paz en el universo.
Solución:
Como ya expusimos, una cosa puede estar sujeta a la ley
eterna de dos maneras. Primera, participando de ella por
vía de conocimiento; segunda, participando por vía de
acción y de pasión en calidad de principio motor
intrínseco. De esta segunda manera están sujetas a la ley
eterna las criaturas irracionales, como dijimos antes. En
cambio, la naturaleza racional, como, además de lo común
con las demás criaturas, tiene la peculiaridad de su
condición racional, se encuentra sometida a la ley eterna
de ambas maneras, porque posee en cierto modo la noción de
ley eterna, como ya vimos; y además en cada una de las
criaturas racionales hay una inclinación natural hacia lo
que está en consonancia con la ley eterna, pues estamos
por naturaleza inclinados a la virtud, según se dice
en II Ethic.
Sin embargo, ambas maneras son imperfectas
y en cierta medida corrompidas en los malos; en ellos la
inclinación natural a la virtud está estragada por el
vicio, y el mismo conocimiento natural del bien se
encuentra oscurecido por las pasiones y los hábitos de
pecado. Por el contrario, en los buenos, ambos modos
aparecen más perfectos, porque al conocimiento natural del
bien se añade en ellos el conocimiento de la fe y de la
sabiduría, y a la inclinación natural al bien se junta el
impulso interior de la gracia y de la virtud.
Así, pues, los buenos están perfectamente
sometidos a la ley eterna, porque siempre obran en
conformidad con ella. Por su parte, los malos también se
someten a la ley eterna de manera ciertamente defectuosa
en cuanto a sus acciones, puesto que la conocen
imperfectamente e imperfecta es su inclinación al bien;
pero lo que les falta en el plano de la acción se suple en
el plano de la pasión, puesto que padecen lo que la ley
eterna dispone sobre ellos en la medida en que rehúyen
hacer lo que conviene a la ley eterna. Por eso dice San
Agustín en I De lib. Arb.: Pienso que los justos
obran bajo el influjo de la ley eterna. Y en su obra
De cathequizandis rudibus dice que Dios, para justo
castigo de las almas que le abandonan supo dotar de leyes
muy convenientes las partes inferiores de su creación.
Respuesta a las objeciones:
1. Estas
palabras del Apóstol pueden interpretarse de dos maneras.
En primer lugar, entendiendo la expresión «estar bajo la
ley» en el sentido del que se somete a la ley a disgusto,
como a una carga. Por lo que, a este propósito, dice la
Glosa que está bajo la ley el que se abstiene de
las obras malas, no por amor a la justicia, sino por temor
al castigo con que la ley amenaza. Y, de este modo,
los hombres espirituales no están sometidos a la ley,
puesto que cumplen voluntariamente lo que manda la ley
bajo el impulso de la caridad que el Espíritu Santo
infunde en sus corazones. En segundo lugar, pueden
interpretarse también como si las obras del hombre que es
movido por el Espíritu Santo fueran más bien obras del
Espíritu Santo que del mismo hombre. Y, puesto que el
Espíritu Santo no está sometido a la ley, como tampoco el
Hijo, según dijimos, se sigue que estas obras, en cuanto
lo son del Espíritu Santo, no están bajo la ley. Y esto lo
ratifica el Apóstol cuando dice en 2 Cor 3: Donde está
el Espíritu del Señor allí hay libertad.
2. La
prudencia de la carne no puede sujetarse a la ley de Dios
desde el punto de vista activo, ya que impulsa a acciones
contrarias a la ley divina. En cambio sí se sujeta
pasivamente a la ley de Dios, puesto que merece padecer el
castigo según la ley de la justicia divina. Sin embargo,
en ningún hombre domina la ley de la carne de tal modo que
destruya todo el bien de la naturaleza. Por eso, siempre
queda en el hombre una inclinación a hacer lo que pide la
ley eterna. Pues ya vimos antes que el pecado no destruye
todo el bien de la naturaleza.
3. La misma
causa que mueve al fin mantiene en la posesión del fin;
como un cuerpo pesado descansa en un lugar inferior por la
gravedad que lo arrastra hacía abajo. Por eso se dice que,
cuando alguno en virtud de la ley eterna merece la
bienaventuranza o la condenación, mediante esa misma ley
se mantiene en uno u otro destino. Y en este sentido tanto
los bienaventurados como los condenados están sujetos a la
ley eterna. |