¿La nueva ley ha de durar hasta el fin del mundo?
Objeciones por las que parece que la nueva ley no ha
de durar hasta el fin del mundo.
1. Dice el Apóstol en 1 Cor 13: Cuando llegue lo
perfecto, desaparecerá lo imperfecto; pero la ley
nueva es imperfecta, pues dice el Apóstol en el mismo
lugar: Conocemos y profetizamos imperfectamente.
Luego la ley nueva ha de desaparecer para que le suceda
otra más perfecta.
2. El Señor, en Jn 16, prometió a sus discípulos, en
la venida del Espíritu Santo Paráclito, el conocimiento de
toda verdad. Pero la Iglesia aún no conoce toda verdad
en el estado del Nuevo Testamento; luego habrá que esperar
otro estado en que el Espíritu Santo manifieste toda la
verdad.
3. Como el Padre es diferente del Hijo, y el Hijo del
Padre, así el Espíritu se distingue del Padre y del Hijo.
Pero hubo un estado que convenía a la persona del Padre, a
saber, el estado de la ley antigua, en el que todos los
hombres se preocupaban por la generación; igualmente hay
otro que conviene a la persona del Hijo, es decir, el
estado de la ley nueva, en el que predominan los clérigos,
dados a la sabiduría, que se atribuye al Hijo; luego habrá
un tercer estado del Espíritu Santo, en el que predominen
los varones espirituales.
4. Dice el Señor en Mt 24: Será predicado este
Evangelio del reino en todo el mundo, y entonces vendrá el
fin. Pero el Evangelio de Cristo ha sido predicado ya
en todo el orbe, y aún no ha llegado el fin; luego el
Evangelio de Cristo no es el Evangelio del reino, sino que
habrá de venir otro Evangelio del Espíritu Santo a modo de
otra ley.
Contra esto: Está lo que el Señor dice en Mt 24: Os
digo que no pasará esta generación sin que todo esto sea
cumplido, lo cual expone San Juan Crisóstomo de la
generación de los fieles de Cristo. Luego el estado de
los fieles de Cristo permanecerá hasta el fin del mundo.
Solución: El estado del mundo puede variar de dos
maneras: una, según la diversidad de la ley. De este modo
no sucederá al estado de la ley nueva ningún otro estado.
El estado de la nueva ley sucedió al estado de la ley
antigua, como uno más perfecto a otro imperfecto. Pero
ningún estado de la vida presente puede ser más perfecto
que el estado de la ley nueva, pues nada puede haber más
cercano al fin último que lo que inmediatamente introduce
en el último fin. Y esto hace la ley nueva, por lo que
dice el Apóstol a los Hebreos 10: Teniendo, pues,
hermanos, confianza de entrar en el santuario por la
sangre de Cristo, que nos introdujo en un camino nuevo,
acerquémonos a él. De manera que no puede haber estado
más perfecto de la presente vida que el estado de la ley
nueva, pues una cosa es tanto más perfecta cuanto más
cerca está de su último fin.
De otro modo puede cambiar el estado de los hombres, según
éstos se apliquen de uno u otro modo a la misma ley. Y así,
el estado de la ley antigua cambió frecuentemente, porque
a veces las leyes se guardaban perfectamente; otras, eran
totalmente olvidadas. Del mismo modo se diferencia el
estado de la ley nueva según los diversos lugares, tiempos
y personas, en cuanto la gracia del Espíritu Santo la
poseen algunos más o menos perfectamente. Sin embargo, no
se ha de esperar la existencia de ningún estado en el que
la gracia del Espíritu Santo se tenga con más perfección
que hasta ahora, sobre todo por los apóstoles, que
recibieron las primicias del Espíritu, esto es,
primero en el tiempo y con más abundancia que los demás,
según dice la Glosa sobre Rom 8.
Respuesta a las objeciones:
1. Como dice Dionisio en De eccl. hier., hay
tres estados de los hombres: el primero, el de la ley
antigua; el segundo, el de la ley nueva: vendrá un tercer
estado, no en esta vida, sino en la patria. Y como el
primero era figurativo e imperfecto respecto del estado
evangélico, así éste es figurativo e imperfecto respecto
del estado de la patria. Cuando éste llegue, desaparecerá
aquél, como allí se dice: Ahora vemos por un espejo y
oscuramente; entonces veremos cara a cara.
2. Según dice San Agustín en Contra Faustum,
Montano y Priscila afirmaron que la promesa del Señor
sobre el Espíritu Santo no se cumplió perfectamente en los
apóstoles, sino en ellos. De modo semejante afirmaron los
maniqueos, que esta promesa se realizó en Maniqueo, de
quien decían que era el espíritu Paráclito. Por esto, ni
unos ni otros admitían los Hechos de los Apóstoles, en los
que manifiestamente se muestra que aquella promesa se
cumplió en los apóstoles, como el Señor reiteradamente lo
había prometido en Act 1: Seréis bautizados en el
Espíritu Santo dentro de no muchos días, lo cual se
cumplió como se lee en Act 2. Todas las vanidades de los
herejes quedan excluidas por lo que se dice en Jn 7:
Aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús todavía
no había sido glorificado. De donde se entiende que,
glorificado Cristo por la resurrección y la ascensión,
luego fue dado el Espíritu Santo. Por esto también queda
excluida la vana ilusión de algunos que querrían decir que
se debe esperar otra época del Espíritu Santo.
Enseñó el Espíritu Santo a los apóstoles toda la verdad de
cuanto se requiere para la salvación, sea de las cosas que
hay que creer, sea de las que hay que practicar; sin
embargo no les enseñó nada sobre los sucesos futuros, pues
esto no les correspondía a ellos, como se dice en Act 1:
No os toca a vosotros conocer los tiempos y los momentos
que el Padre ha fijado en su poder.
3. La ley antigua no sólo fue del Padre, sino también
del Hijo, pues Cristo era figurado en la antigua ley. Por
eso dice el Señor en Jn 5: Si creyerais en Moisés,
creeríais también en mí, pues de mí escribió él. De
forma semejante, la ley nueva no es sólo de Cristo, sino
también del Espíritu Santo, según aquella sentencia de Rom
8: La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús. Por
tanto no se debe esperar otra ley del Espíritu Santo.
4. Habiendo
dicho Cristo desde el principio de la predicación
evangélica: Se acerca el reino de los cielos, es
una grandísima necedad afirmar que el Evangelio de Cristo
no es el Evangelio del reino. Pero la predicación del
evangelio de Cristo se puede entender de dos maneras: una,
en cuanto a la divulgación de la noticia de Cristo, y de
este modo el Evangelio fue predicado en todo el orbe
incluso en tiempo de los apóstoles, como dice San Juan
Crisóstomo. Según esto, lo que se añade -y entonces
será el fin-, se entiende de la destrucción de
Jerusalén, de la que entonces hablaba a la letra. De otro
modo se puede entender como plenamente eficaz la
predicación evangélica en todo el orbe, de manera que en
todas las gentes se establezca la Iglesia. De esta manera,
dice San Agustín en la carta Ad Hesych. todavía no se
ha predicado el Evangelio en todo el mundo; pero, cuando
esto suceda, vendrá el fin. |