¿Fue conveniente que se propusieran ciertos consejos en
la nueva ley?
Objeciones por las que parece que no está bien que en
la ley nueva se hayan dado determinados consejos.
1. Los consejos versan sobre las cosas convenientes al
fin, como se ha dicho al tratar del consejo. Pero no a
todos convienen las mismas cosas. Luego no a todos deben
proponerse determinados consejos.
2. Los consejos versan sobre un bien mejor; pero no
hay grados determinados en ese bien mejor; luego no debe
darse consejo alguno determinado.
3. Los consejos pertenecen a la perfección de la vida.
Pero la obediencia pertenece a la perfección de la vida;
luego sin razón se ha omitido en el Evangelio el consejo
acerca de ella.
4.Se cuentan entre los preceptos muchas cosas que
pertenecen a la perfección de la vida, como aquello de
Amad a vuestros enemigos, y asimismo los preceptos que
dio el Señor a los apóstoles y constan en Mt 10.
Luego sin razón se dan en la nueva ley consejos, ya porque
no constan todos, ya también porque no se distinguen de
los preceptos.
Contra esto: Está el que los consejos de un amigo
sabio aportan gran provecho, según aquello de Prov 27,9:
El corazón se deleita con el ungüento y con los variados
olores, y el alma se endulza con los buenos consejos del
amigo. Pero Cristo es el más amigo y sabio. Luego sus
consejos son de gran utilidad y muy convenientes.
Solución: La diferencia entre consejo y precepto está
en que el precepto implica necesidad; en cambio, el
consejo se deja a la elección de aquel a quien se da. Por
eso se añaden convenientemente a los preceptos ciertos
consejos en la nueva ley, que es ley de libertad, lo cual
no se hacía en la antigua, que era ley de servidumbre. Y
así conviene que los preceptos de la nueva ley versen
sobre las cosas necesarias para conseguir el fin de la
eterna bienaventuranza, en la que nos introduce la nueva
ley inmediatamente; en cambio, conviene que los consejos
se refieran a aquellas cosas mediante las cuales el hombre
puede mejor y más fácilmente conseguir ese fin.
Ahora bien, el hombre se encuentra colocado entre las
cosas de este mundo y los bienes espirituales, en los que
consiste la eterna bienaventuranza, de tal modo que cuanto
más se adhiera a uno de ellos, tanto más se aparta del
otro, y al revés. Por lo tanto, el que totalmente se apega
a las cosas de este mundo, poniendo en ellas su fin y
teniéndolas casi como normas y reglas de sus obras, se
aparta del todo de los bienes espirituales. Tal desorden
se quita mediante los mandamientos. Mas, para llegar a ese
fin, no es necesario que el hombre deseche en absoluto las
cosas del mundo, ya que usando de ellas, puede aún llegar
a la bienaventuranza eterna con tal de no poner en ellas
su último fin; aunque llegará más fácilmente abandonando
totalmente los bienes de este mundo. Por eso se proponen
ciertos consejos del Evangelio.
Ahora bien, los bienes de este mundo que sirven para la
vida humana son de tres clases. Unos pertenecen a la
concupiscencia de los ojos, y son las riquezas de los
bienes externos; otros, a la concupiscencia de la
carne, y son los deleites carnales, y otros, por fin,
a la soberbia de la vida, que son los honores, como
se dice en 1 Jn 2,16.
Pero abandonar totalmente estas tres cosas, en lo posible,
es propio de los consejos evangélicos. En estas tres cosas
también se funda todo el estado religioso, que profesa
vida de perfección, pues a las riquezas se renuncia por el
voto de pobreza; a los deleites de la carne, por la
perpetua castidad, y a la soberbia de la vida, por la
sujeción a la obediencia.
Estas tres cosas, rigurosamente observadas, pertenecen a
los consejos propuestos absolutamente; pero, en cambio, el
cumplir cada una de ellas en casos particulares pertenece
al consejo en cierto sentido; es decir, en casos
determinados. Por ejemplo: cuando un hombre da a un pobre
limosna, sin estar obligado, sigue el consejo en aquel
caso particular; y lo mismo cuando, por un tiempo
determinado, se abstiene de los placeres de la carne para
dedicarse a la oración, sigue el consejo por aquel tiempo.
Y cuando no hace uno su voluntad en algún caso en que
podría lícitamente hacerla, sigue el consejo en aquel caso
particular, como, por ejemplo, si hace bien a sus enemigos
cuando no está obligado, o si perdona una ofensa de la que
pudiera justamente exigir satisfacción. Y, en este sentido,
aun todos los consejos particulares se reducen a los tres
generales y perfectos.
Respuesta a las objeciones:
1. Estos consejos, de suyo, son útiles a todos,
pero ocurre que, por indisposición de algunos, a esos no
les conviene, no sintiendo su afecto inclinado a ellos. Y
por eso el Señor, al proponer los consejos evangélicos,
siempre hace mención de la aptitud de los hombres para
cumplirlos. Por ejemplo, al dar el consejo de perpetua
pobreza en Mt 19,21, dice antes: Si quieres ser
perfecto, y luego añade: Ve y vende todo lo que
tienes. Lo mismo al dar el consejo de perpetua
castidad dijo: Hay eunucos que se castraron a sí mismos
por el reino de los cielos; y luego añade: El que
pueda entender, que entienda. Y lo mismo San Pablo, en
1 Cor 7,35, después de dar el consejo de virginidad, dice:
Lo digo para provecho vuestro, no para tenderos un lazo.
2. Los bienes mejores están indeterminados en los
particulares; pero lo que es en absoluto mejor en general,
está determinado. A ello se reduce también todo lo
particular, como ya se dijo.
3. Aún podemos entender que Cristo dio el consejo de
obediencia cuando dijo: Y sígame. Y a Cristo le
seguimos no sólo imitando sus obras, sino también
obedeciendo sus mandatos, como consta en Jn 10,27: Mis
ovejas oyen mi voz y me siguen.
4. Lo que
el Señor dice en Mt 5 y Lc 6 del verdadero amor a los
enemigos y otras cosas parecidas, en lo que toca a la
preparación del ánimo necesarias para salvarse. Por
ejemplo, que el hombre debe estar preparado para hacer el
bien a los enemigos y otras cosas por el estilo cuando lo
exija la necesidad; y por eso se sitúan entre los
preceptos. Pero hacer esto con los enemigos con prontitud,
cuando no se presenta especial necesidad, pertenece a los
consejos particulares, como se ha dicho. Lo que aparece en
Mt 10 y en Lc 9 y 10 son ciertos preceptos disciplinarios,
útiles en aquel tiempo, o, más bien, ciertas concesiones,
como se ha dicho, y por eso no se cuentan entre los
consejos. |