¿Existe en nosotros una ley natural?
Objeciones por las que parece de no existe en nosotros
ninguna ley natural.
1. El hombre está suficientemente gobernado
por la ley eterna, pues dice San Agustín en I De lib.
arb. que la ley eterna es aquella en virtud de la
cual todas las cosas se hallan perfectamente ordenadas.
Mas la naturaleza no abunda en lo superfluo, como tampoco
falta en lo necesario. Luego no hay en el hombre ninguna
ley natural.
2. Como ya dijimos, la ley ordena los actos del
hombre a su fin. Pero esta ordenación de los actos humanos
a un fin no brota de la naturaleza, como sucede en las
criaturas irracionales, que sólo obran por un fin en
virtud de su apetito natural; sino que el hombre actúa por
un fin mediante la razón y la voluntad. Luego en el hombre
no hay ley natural alguna.
3. Además, cuanto más libre es alguien, tanto menos
está sujeto a la ley. Pero el hombre es más libre que
ningún otro animal, merced al libre albedrío, del que
carecen los otros animales. Así pues, al no estar los
otros animales sujetos a una ley natural, tampoco lo está
el hombre.
Contra esto: Está lo que, a propósito de las
palabras de Rom. 2 comenta la Glosa: Los
gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente los
preceptos de la ley, y aunque no tienen ley escrita,
tienen, sin embargo, la ley natural, mediante la cual cada
uno entiende y es consciente de lo que es bueno y de lo
que es malo.
Solución: Siendo la ley regla y medida, puede, como
ya se ha dicho, existir de dos maneras: tal como se
encuentra en el principio regulador y mensurante, y tal
como está en lo regulado y medido, porque el que algo se
halle medido y regulado se debe a que participa de la
medida y regla. Por tanto, como todas las cosas que se
encuentran sometidas a la divina providencia están
reguladas y medidas por la ley eterna, según consta por lo
ya dicho, es manifiesto que participan en cierto modo de
la ley eterna, a saber, en la medida en que, bajo la
impronta de esta ley, se ven inclinados a sus actos y
fines propios. Por otra parte, la criatura racional se
encuentra sometida a la divina providencia de una manera
muy superior a las demás, porque ella misma participa de
la providencia, y es providente para sí misma y para las
demás cosas. Por lo mismo, hay también en ella una
participación de la razón eterna en virtud de la cual
tiene una natural inclinación a los actos y fines debidos.
Y esta participación de la ley eterna en la criatura
racional se llama ley natural. De aquí que el
Salmista, habiendo dicho: Ofreced un sacrificio de
justicia, como si pensara en los que preguntan cuáles
son las obras de justicia, añade: Muchos dicen: ¿quién
nos mostrará el bien? Y responde: La luz de tu
rostro, Señor, ha quedado impresa en nosotros, como
diciendo que la luz de la razón natural, por la que
discernimos lo que es bueno y lo malo, lo cual atañe a la
ley natural, no es otra cosa que la impresión de la luz
divina en nosotros. Es, pues, evidente que la ley natural
no es otra cosa que la participación de la ley eterna en
la criatura racional.
Respuesta a las objeciones.
1. Ese argumento tendría valor si la ley natural
fuera algo diverso de la ley eterna. Pero ya vimos que no
es sino una cierta participación de ésta.
2. Toda operación de la razón y de la voluntad
surge en nosotros a partir de lo que nos es natural, como
expusimos arriba, porque todo raciocinio parte de
principios naturalmente conocidos, y todo apetito de lo
que está orientado a un fin deriva del apetito natural del
fin último. Por la misma razón es también indispensable
que la primera ordenación de nuestros actos al fin se haga
mediante la ley natural.
3. También los animales irracionales participan de
la razón eterna a su manera, como la criatura racional.
Pero como la criatura racional lo hace mediante la
inteligencia y la razón, por eso la participación de la
ley eterna en la criatura racional se llama con propiedad
ley, puesto que la ley es cosa de la razón, como ya
vimos. En cambio, la participación que se da en la
criatura irracional no es recibida racionalmente y, en
consecuencia, no puede llamarse ley sino por asimilación. |