¿Era necesaria la existencia de una ley divina?
Objeciones por las que parece que no era necesaria la
existencia de una ley divina.
1. Como ya dijimos, la ley natural es una cierta
participación de la ley eterna en nosotros. Pero la ley
eterna es una ley divina, como también vimos. Luego no era
necesario que, además de la ley natural y las leyes
humanas derivadas de ella, existiera otra ley divina.
2. En Eccli. 15 se dice que Dios dejó al hombre
a merced de su consejo. Pero el consejo es un acto de
la razón, según ya vimos. Luego el hombre fue confiado al
gobierno de la propia razón. Mas el dictamen de la razón
humana, según lo dicho arriba, constituye la ley humana.
Luego no es necesario que el hombre sea gobernado por una
ley divina.
3. La naturaleza humana es más autónoma que la de
las criaturas irracionales. Pero estas criaturas no tienen
más ley divina que la inclinación natural implantada en
ellas. Mucho menos, por tanto, habrá de tener una ley
divina, además de la ley natural, la criatura racional.
Contra esto: Está lo que David pide a Dios: que le
imponga una ley, diciendo: Ponme, Señor, una ley en el
camino de tu justificación.
Solución: Además de la ley natural y de la ley
humana, fue necesario para la dirección de la vida humana
tener una ley divina. Y esto por cuatro razones.
Primera, porque el hombre es dirigido por la ley a sus
actos propios con vistas al último fin. Y si el hombre
estuviese solamente ordenado a un fin que no excediese el
alcance de sus facultades naturales, no necesitaría su
razón ninguna dirección superior a la ley natural y a la
que de ésta se deriva, la ley humana. Pero como el hombre
está ordenado al fin de la bienaventuranza eterna, que
sobrepasa el alcance natural de las facultades humanas,
según ya expusimos, se sigue que necesitaba ser conducido
a su fin no sólo mediante las leyes natural y humana, sino
también mediante una ley dada por Dios.
Segunda, porque a causa de la incertidumbre de los juicios
humanos, sobre todo en custiones contingentes y
particulares, sucede que se juzga diversamente acerca de
los actos humanos diversos y de donde también proceden
leyes diversas y aun contrarias. Por eso, para que el
hombre pueda saber sin ninguna duda lo que ha de hacer o
evitar, se hizo necesario que fuera dirigido en sus actos
propios por una ley de origen divino, de la que consta que
no puede equivocarse.
Tercera, porque el hombre puede dictar leyes de aquello
que puede juzgar. Pero el juicio del hombre no puede
pronunciarse sobre los movimientos interiores, que están
ocultos, sino sólo acerca de los actos externos, que se
pueden ver. Y, sin embargo, para la perfección de la
virtud se requiere que el hombre se conduzca con rectitud
en lo interior y en lo exterior. Y como la ley humana no
alcanza a someter y ordenar suficientemente los actos
interiores, fue necesario que para esto se nos diera
además una ley divina.
Cuarta, porque, como dice San Agustín en I De lib. arb.,
la ley humana no puede castigar o prohibir todas las
acciones malas, pues al tratar de evitar todo lo malo,
suprimiría a la vez muchas cosas buenas e impediría el
desarrollo del bien común, que es indispensable para la
convivencia humana. Por eso, para que ningún mal quedara
sin prohibición y castigo, fue necesario que sobreviniese
una ley divina por la cual quedaran prohibidos todos los
pecados.
Y estas cuatro razones aparecen en el salmo 18, cuando se
dice: La ley del Señor es inmaculada, es decir, no
permite ninguna mancha de pecado; convierte las almas,
porque dirige no sólo los actos externos, sino también los
internos; el testimonio del Señor es fiel, por la
certeza de su verdad y rectitud; concede la sabiduría a
los pequeños, porque ordena al hombre al fin
sobrenatural y divino.
Respuesta a las objeciones:
1. Por ley natural el hombre participa de la ley
eterna en la medida de su capacidad humana natural. Pero
para ser conducido al último fin sobrenatural necesita el
hombre una norma superior. Por eso recibe además una ley
dada por Dios que supone una participación más elevada de
la ley eterna.
2. El consejo es una especie de indagación; por eso
conviene que proceda a partir de determinados principios.
Pero no bastan para esto los principios inherentes a la
naturaleza, que son, como hemos visto, los preceptos de la
ley natural; sino que se requieren otros principios, y
éstos son los preceptos de la ley divina.
3. Las criaturas irracionales no se ordenan a otro
fin que el que está en consonancia con sus fuerzas
naturales. Por eso no es válida la comparación. |