¿Están bien enumerados los preceptos del decálogo?
Objeciones por las que parece que los preceptos del
decálogo no están convenientemente enumerados.
1. El pecado, según San Ambrosio, es una
trasgresión de la ley divina, una desobediencia a los
mandatos del cielo. Ahora bien, los pecados se
distinguen según que el hombre peque contra Dios, contra
el prójimo o contra sí mismo; y como entre los preceptos
del decálogo aparece ningún precepto que regule las
relaciones del hombre consigo mismo, sino sólo las que
tiene con Dios y con el prójimo, parece que es
insuficiente la enumeración de los preceptos del decálogo.
2. Pertenecía al culto divino la observancia del
sábado y también la de las demás solemnidades y la ofrenda
de sacrificios; pero entre los preceptos del decálogo sólo
uno se refiere a la observancia del sábado; luego es
preciso añadir otros tocantes a las otras solemnidades y a
los ritos de los sacrificios.
3. Se peca contra Dios no sólo jurando, sino también
blasfemando y mintiendo contra la verdad divina; pero no
se aparece más que un precepto que prohíbe el perjurio,
diciendo: No tomarás el nombre de tu Dios en vano;
luego debe haber algún otro precepto que prohíba la
blasfemia y las falsas doctrinas.
4. Como el hombre siente natural amor a los padres,
también lo siente hacia los hijos. Aún más, el precepto de
la caridad se extiende a todos los prójimos. Pero los
preceptos del decálogo se ordenan a la caridad, según
aquello de 1 Tim 1: El fin del precepto es la caridad;
luego, como se pone un precepto sobre los padres, también
deberían ponerse otros sobre los hijos y los demás
prójimos.
5. En todo tipo de pecado se puede pecar de
pensamiento y de obra; pero en algunos géneros de pecados,
como en el hurto y el adulterio, se prohíbe en particular
el pecado de obra, diciendo: No adulterarás, No
hurtarás, y especialmente se prohíbe el pecado de
pensamiento, cuando se dice: No codiciarás nada de tu
prójimo, y no sedearás a su mujer; luego también se
debió hacer lo mismo con el homicidio y el falso
testimonio.
6. Como se peca por el desorden de la concupiscencia,
también se peca por el de la potencia irascible. Pero en
algunos preceptos se prohíbe la codicia desordenada,
cuando se dice: No codiciarás; luego también debió
ponerse en el decálogo algún precepto que prohibiera el
desorden de la potencia irascible. En suma, que no parece
que estén bien enumerados los diez preceptos del decálogo.
Contra esto: Está lo que se dice en Dt 4: Os
ofreció su alianza y os mandó guardarla: los diez
mandamientos, que escribió sobre dos tablas de piedra.
Solución: Según se ha dicho, así como los preceptos de
la ley humana regulan la vida del hombre en relación con
la sociedad humana, de la misma manera los preceptos de la
ley divina ordenan la sociedad o república humana bajo la
autoridad de Dios. Para que uno viva bien en sociedad se
requieren dos cosas: primero, que se lleve bien con el que
preside la sociedad; segundo, que haga lo mismo con los
otros miembros de esa sociedad. Es, pues, preciso que la
ley divina imponga preceptos que ordenen al hombre a Dios,
y luego otros que le ordenen con los prójimos que conviven
con él bajo el gobierno divino.
Pues bien, el hombre debe al príncipe de la comunidad
lealtad, reverencia y servicio. La lealtad del hombre a su
señor consiste en que no atribuya a otro el honor de la
soberanía, y esto significa el primer precepto: No
tendrás otros dioses. La reverencia al señor requiere
no proferir cosa injuriosa contra él, y esto se contiene
en el precepto que dice: No tomarás el nombre del Señor,
tu Dios en vano. El servicio se debe al señor en
correspondencia de los beneficios que de él reciben los
súbditos, y a esto mira el tercer precepto sobre la
santificación del sábado en memoria de la creación de las
cosas.
Las relaciones con los prójimos son especiales y generales.
Especiales con aquellos de quienes es deudor y a quienes
ha de devolverles lo que les debe. A esto mira el precepto
del honor a los padres. Las generales son las que se
tienen con todos, no infiriéndoles daño alguno, ni de obra,
ni de palabra, ni de pensamiento. De obra se infiere daño
al prójimo, bien sea contra la propia persona, privándole
de la vida, y esto se prohíbe cuando se dice: No
matarás; bien sea contra la persona a él allegada para
la propagación de la prole, y esto se prohíbe al decir
No adulterarás; bien sea contra los bienes que posee
para el sustento suyo y de su familia, y a esto mira el
precepto No hurtarás. Los daños de palabra se
prohíben por el precepto No dirás falso testimonio
contra tu prójimo. Los daños de pensamiento se
prohíben cuando se dice: No codiciarás.
Según esto, distinguimos tres preceptos que ordenan el
hombre a Dios, de los cuales el primero es de obra y por
eso dice: No harás imágenes talladas, el segundo,
de palabra, y dice: No tomarás el nombre de tu Dios en
vano; el tercero, de pensamiento, porque en la
santificación del sábado, considerada como precepto moral,
se prescribe la quietud del corazón en Dios. O, según San
Agustín, por el primer precepto se honra la Unidad del
primer principio; por el segundo, la Verdad divina, y con
el tercero, su Bondad, por la cual somos santificados y en
la cual descansamos como en nuestro fin.
Respuesta a las objeciones:
1. De dos maneras se puede responder: primero, que
los preceptos del decálogo se refieren a los preceptos del
amor. Se dio al hombre precepto sobre el amor s Dios y al
prójimo porque en esto la ley natural se había oscurecido
a causa del pecado, no en lo que toca al amor de sí mismo,
porque en cuanto a esto la ley natural estaba en todo su
vigor. O también porque el amor de sí mismo se incluye en
el amor a Dios y al prójimo, pues entonces se ama
verdaderamente el hombre cuando se ordena a Dios. Por esto,
en los preceptos del decálogo sólo se ponen los referentes
al prójimo y a Dios.
De otro modo se puede decir que los preceptos del decálogo
son los que el pueblo recibe inmediatamente de Dios, según
se dice en Dt 10: El escribió sobre estas tablas lo que
estaba escrito en las primeras, los diez mandamientos, que
el Señor os dijo. Y así los preceptos del decálogo
debían ser tales que pudieran ser luego entendidos por el
pueblo. El precepto implica un deber. Que por necesidad
tenga el hombre deberes con Dios y con el prójimo,
fácilmente lo entiende el hombre, y especialmente el
creyente. Lo que no es tan claro es que deba al hombre
algo que es de su exclusiva pertenencia. Parece, a primera
vista, que en esto goza el hombre de plena libertad. Por
esto los preceptos que prohíben los desórdenes del hombre
consigo mismo, llegan al pueblo mediante la doctrina de
los sabios, y, por tanto, no pertenecen al decálogo.
2. Todas las solemnidades de la ley antigua fueron
instituidas en conmemoración de algún beneficio, bien como
recuerdo de un suceso pasado, bien en figura de algo
futuro. E igual era la razón de los sacrificios que se
ofrecían. De todos los beneficios de Dios dignos de
recuerdo, el primero y principal era el de la creación,
que se conmemora en la santificación del sábado. Por esto,
en Ex 20 se asigna como razón de este precepto: En seis
días hizo Dios el cielo y la tierra, etc. Entre todos
los beneficios futuros que debían ser prefigurados, el
principal y el término de todos es el descanso de la mente
en Dios, en la presente vida por la gracia y en la futura
por la gloria, lo cual era figurado por la observancia del
sábado. Por lo cual se dice en Is 58: Si te abstienes
de viajar en sábado y de hacer tu voluntad en mi día
santo, si miras como delicioso el sábado y lo santificas
alabando al Señor... Estos son los beneficios que
principalmente están grabados en la mente de los hombres,
y más de los fieles. Cuanto a las otras solemnidades, se
celebraban en memoria de algunos beneficios particulares y
pasajeros, como la celebración de la Pascua en recuerdo de
la pasada liberación egipcia y de la futura pasión de
Cristo, que pasó, y nos introduce en el descanso del
sábado espiritual. Por esto, omitidas todas las demás
solemnidades y sacrificios, sólo se hace mención del
sábado en los preceptos del decálogo.
3. Dice el Apóstol en Heb 6: Los hombres juran por
algo mayor que ellos, y el juramento pone entre ellos fin
a toda controversia y les sirve de garantía. He aquí
por qué el juramento es común a todos, y por esto el
desorden en el juramento está prohibido de forma especial
en un precepto del decálogo. El pecado de falsa doctrina
es de pocos, y por eso no era preciso hacer mención de él
entre los preceptos del decálogo. Aunque todavía se pueden
entender prohibidas en estas palabras: No tomarás en
vano el nombre de tu Dios, las doctrinas falsas, según
se expone en la Glosae: No dirás que Cristo es
criatura.
4. La razón natural luego dicta al hombre que no debe
hacer injuria a nadie, y por eso los preceptos del
decálogo que prohíben hacer daño se extienden a todos.
Pero la razón natural no dicta con la misma prontitud que
se deba hacer algo en favor de otro, si no es que le sea
debido. El deber del hijo para con el padre es tan claro,
que no hay modo de negarlo, por ser el padre principio de
la generación y del ser y, además, de la crianza e
instrucción. Por esto no se impone en los preceptos del
decálogo ninguno sobre prestar beneficio u obsequio a
nadie, fuera de los padres. No se ve que los padres sean
deudores de los hijos por algún beneficio recibido, sino
más bien al contrario. El hijo, además, es algo del padre,
y los padres aman a los hijos como algo suyo, según dice
el Filósofo en VIII Ethic. Por estas razones no se
da ningún precepto en el decálogo sobre el amor de los
hijos, como no se da ninguno sobre las relaciones del
hombre consigo mismo.
5. El deleite del adulterio y la utilidad de las
riquezas son cosas de suyo apetecibles, pues tienen razón
de bienes deleitables o útiles; por esto fue necesario
prohibir no sólo la obra, sino también el deseo. Pero el
homicidio y la falsedad inspiran de suyo horror porque
amamos por naturaleza al prójimo y la verdad, y no se
desean sino por otra cosa. No fue, pues, necesario
prohibir en el pecado de homicidio o de falso testimonio
sino la obra, no el pensamiento.
6. Según
dijimos antes, todas las pasiones de la potencia irascible
derivan de la concupiscible, y así en los preceptos del
decálogo, que son como los primeros elementos de la ley,
no había por qué hacer mención de las pasiones irascibles,
sino sólo de las concupiscibles. |