¿Es posible asignar conveniente razón de las ceremonias
tocantes a los sacrificios?
Objeciones por las que parece que no se pueden asignar
convenientes razones de las ceremonias referentes a los
sacrificios.
1. Las cosas que se ofrecían en sacrificio eran las
que el hombre necesita para sustentar su vida, como
ciertos animales y panes; pero Dios no necesita de tal
sustento, según se dice en Sal 49: ¿Acaso comeré la
carne de los toros o beberé la sangre de los machos
cabríos? Luego sin razón se ofrecían a Dios tales
sacrificios.
2. En los sacrificios divinos sólo se ofrecían tres
especies de cuadrúpedos, a saber, el buey, la oveja y la
cabra; de las aves, la tórtola y la paloma, y en casos
especiales, como en el sacrificio para la purificación del
leproso, los gorriones. Pero hay otros animales más nobles
que éstos. Y como a Dios se debe ofrendar lo mejor de todo,
parece que no sólo de estas cosas se habían de ofrecer
sacrificios a Dios.
3. El hombre recibió de Dios el dominio de los
volátiles y de las fieras, como también de los peces;
luego sin razón los peces eran excluidos de los
sacrificios.
4. Se prescribía ofrecer indiferentemente tórtolas o
palomas; pues, como prescribía ofrecer los pichones,
también se debían sacrificar los tortolinos.
5. Dios es el autor de la vida de los hombres y de los
animales, como se ve por Gen 1. La muerte se opone a la
vida; luego debieran ofrecerse a Dios no animales muertos,
sino vivos, y más porque el Apóstol exhorta en Rom 12 a
ofrecer nuestros cuerpos como hostia viva, santa y
agradable a Dios.
6. Puesto que no se ofrecían en sacrificio a Dios sino
los animales muertos, no parece importante cómo hubiesen
muerto; sin razón, pues, se determina el modo de la
inmolación, sobre todo de las aves, como se ve en Lev 1.
7. Todo defecto de los animales es principio de
corrupción y de muerte; pues, si se ofrecían a Dios
animales muertos, no había por qué excluir de la oblación
los imperfectos, por ejemplo, los cojos, o los ciegos, o
los defectuosos de otro tipo.
8. Los que ofrecían las víctimas a Dios debían
participar de ellas, según la sentencia del Apóstol en 1
Cor 10: ¿No participan del altar los que comen las
víctimas? Luego sin razón se sustraen a los oferentes
algunas porciones de las víctimas, como la sangre, la
grasa, el pecho y la paletilla derecha.
9. Como se ofrecían a Dios holocaustos, también se
ofrecían víctimas pacíficas y víctimas por el pecado; pero
no se ofrecían a Dios holocaustos de animales hembras, y
sin embargo se ofrecían tanto de los cuadrúpedos como de
las aves; luego sin razón se ofrecían hembras en los
sacrificios pacíficos y por el pecado, y se excluían las
aves de los sacrificios pacíficos.
10. Todas las víctimas pacíficas parecen ser del mismo
género; luego no debió hacerse esta diferencia: que las
carnes de ciertas víctimas pacíficas pudieran comerse al
día siguiente y otras no, como se manda en Lev 7.
11. Todos los pecados convienen en apartar de Dios;
luego por todos los pecados debía ofrecerse el mismo tipo
de sacrificios para alcanzar la reconciliación con Dios.
12. Todos los animales que se ofrecían en sacrificio,
se ofrecían de un mismo modo, es decir, muertos; no parece
conveniente que se haga de diferente manera la ofrenda de
los productos de la tierra. Ahora bien, se ofrecían ya las
espigas, ya la harina, ya el pan cocido en el horno, en la
sartén o en la parrilla.
13. Todo cuanto recibimos para nuestra utilidad, hemos
de reconocer que viene de Dios; luego sin motivo, fuera de
los animales, se ofrecían a Dios sólo estos productos:
pan, vino, aceite, incienso y sal.
14. Los sacrificios corporales expresan el sacrificio
interior del corazón, por el que el hombre ofrece a Dios
su espíritu; pero en este sacrificio interior hay más de
dulce, representado por la miel, que de amargo, que
representa la sal, según se dice en Eclo 24: Mi
espíritu es más dulce que la miel. Luego sin motivo se
prohíbe añadir al sacrificio la miel y el fermento, que
hace el pan sabroso, y se manda poner sal, que es picante,
e incienso, que tiene sabor amargo. Por esto parece que
cuanto se prescribe sobre las ceremonias de los
sacrificios no tiene causa razonable.
Contra esto: Está lo que se dice en Lev 1: Y todo
lo ofrecido lo quemará el sacerdote sobre el altar, en
holocausto y suavísimo olor al Señor. Pero, según se
dice en Sab 7, Dios no ama a nadie sino al que vive con
la sabiduría; de donde se sigue que cuanto es acepto a
Dios, va unido a la sabiduría. Luego aquellas ceremonias
de los sacrificios se hacían con sabiduría y tenían causas
razonables.
Solución: Según vimos en el artículo precedente, las
ceremonias de la ley antigua tienen dos causas: una
literal, según la cual se ordenaban al culto de Dios, y
otra figurativa o mística, en orden a figurar a Cristo.
Por una y otra parte se pueden asignar las causas
convenientes de las ceremonias que afectan a los
sacrificios. En cuanto ordenados al culto divino,
la causa de los sacrificios puede considerarse doble: la
primera mira los sacrificios como ordenación de la mente a
Dios, lo cual avivaba el oferente con el mismo sacrificio.
A esta recta ordenación de la mente a Dios pertenece que
el hombre reconozca que cuanto tiene proviene de Dios como
de su primer principio y lo ordene a Él como a su último
fin. Esto se expresa por las oblaciones y sacrificios con
que el hombre ofrecía en honor a Dios las cosas que posee,
en reconocimiento por las recibidas de Él. Esto concuerda
con lo que dice David en 1 Paral 29: Tuyas son todas
las cosas, y lo que de tu mano hemos recibido te lo hemos
dado. De manera que con las oblaciones y sacrificios
proclamaba el hombre que Dios era el primer principio de
la creación de las cosas y el fin último al que todas se
habían de referir.
Y porque pertenece a la recta ordenación de la mente a
Dios que la mente humana no reconozca otro primer autor de
las cosas fuera de Dios ni ponga en otro alguno su fin,
por eso se prohibía en la ley ofrecer sacrificios a otro
que no fuese Dios, según lo que se dice en Ex 22: El
que inmola a los dioses, fuera del único Dios, será
castigado con la muerte. De aquí puede señalarse otra
causa de los sacrificios, a saber, que por ellos se
retraían los hombres de sacrificar a los ídolos. Por esto,
los preceptos sobre los sacrificios no fueron dados al
pueblo judío sino después de inclinarse a la idolatría
adorando al becerro fundido, como si estos sacrificios
hubieran sido instituidos para que el pueblo, inclinado a
ellos, los ofreciera a Dios y no a los ídolos. De donde se
dice en Jer 7: No hablé a vuestros padres y no les
mandé nada respecto a los holocaustos y a las víctimas el
día que los saqué de la tierra de Egipto.
Entre todos los dones que otorgó Dios al género humano
después de su caída en el pecado, destaca la donación de
su propio Hijo, por lo que se dice en Jn 3: Tanto amó
Dios al mundo, que le dio a su unigénito Hijo, para que
todo el que crea en El, no perezca, sino alcance la vida
eterna. Y así, el principal sacrificio es el del mismo
Cristo, que se ofreció a sí mismo a Dios en olor suave,
como se dice en Ef 5. Y por esto todos los sacrificios de
la ley antigua se ofrecían para figurar este singular y
principal sacrificio, como lo perfecto mediante lo
imperfecto. Conforme a esto, dice el Apóstol en Heb 10:
El sacerdote de la antigua ley ofrecía muchas veces las
mismas víctimas, que no podían quitar los pecados; Cristo,
en cambio, se ofreció por los pecados una vez para siempre.
Y como de lo figurado se toma la razón de la figura, por
eso del verdadero sacrificio de Cristo han de tomarse las
razones figurativas de los sacrificios de la antigua ley.
Respuesta a las objeciones:
1. No quería Dios que estos sacrificios se le
ofrecieran a causa de las cosas ofrecidas, como si
necesitase de ellas; por lo cual se dice en Is 1: No
quiero holocaustos de carneros, ni sebo de vuestros bueyes
cebados; ni sangre de toros, ni de ovejas, ni de machos
cabríos. Lo que Dios pretendía con estas ofrendas era,
según se dijo antes, excluir la idolatría, expresar la
debida ordenación de la mente humana a Dios y también
figurar el misterio de la redención humana llevada a cabo
por Cristo.
2. Había razones de conveniencia universal por las que
se ofrecían en sacrificio a Dios estos animales y no otros.
La primera era desterrar la idolatría, pues los idólatras
ofrecían a sus dioses todos los otros animales o de ellos
se servían para sus maleficios; en cambio, estos animales
eran abominables para los egipcios, con quienes habían
tenido largo trato los hebreos, y no los ofrecían en
sacrificio a sus dioses, según se dice en Ex 8:
Inmolaremos al Señor, nuestro Dios, las abominaciones de
los egipcios, pues rendían culto a las ovejas,
veneraban a los machos cabríos, bajo cuya figura se les
aparecían los demonios; y los bueyes, aparte de emplearlos
en la agricultura, los contaban entre los seres sagrados.
Otra conveniencia era la ordenación de la mente a Dios por
una doble causa: primero, porque por estos animales
principalmente se sustenta la vida humana; son, además,
limpísimos y usan de alimento limpio, a diferencia de los
animales salvajes, que no pueden ser el alimento ordinario
del hombre, y los mismos domésticos, como el puerco y la
gallina, se alimentan de cosas inmundas, y debía ofrecerse
a Dios tan sólo lo que es puro. Del mismo modo, se le
ofrecían aves que abundaban en la tierra prometida.
Segundo, porque con la inmolación de estos animales se
significaba la pureza de la mente; pues, como dice la
Glosa sobre el Levítico 1: Ofrecemos el becerro
cuando vencemos la soberbia de la carne; el cordero,
cuando corregimos los movimientos contrarios a la razón;
el cabrito, cuando vencemos la lascivia; la tórtola,
cuando guardamos la castidad; los panes ácimos, cuando
obramos con sinceridad. Y es bien evidente que la
paloma simboliza la caridad y la sencillez.
Tercera razón de conveniencia era que estos animales
ofrecidos eran figura de Cristo, pues en la misma Glosa
se dice: Cristo es ofrecido en el becerro por la virtud
de la cruz; en el cordero, por la inocencia; en el carnero,
por el principado; en el macho cabrío, por la semejanza de
la carne de pecado; en la tórtola y la paloma se significa
la unión de las dos naturalezas, o la castidad en la
tórtola y en la paloma la caridad; y en la flor de
harina, la aspersión de los creyentes con el agua
bautismal.
3. Los peces que viven en el agua están más alejados
del hombre que los otros animales, que, como el hombre,
viven en el aire. Además los peces mueren en cuanto se los
saca del agua, y así no podían ser ofrecidos en el templo
como los otros animales.
4. De las tórtolas son preferibles las mayores a las
pequeñas; al contrario que en las palomas; por eso dice
rabí Moisés que se manda ofrecer las tórtolas y los
pichones porque a Dios se debe ofrecer lo mejor de todo.
5. Se mataban los animales ofrecidos en sacrificio
porque así es como los consume el hombre, y así fueron
dados por Dios al hombre para su alimento. Por esto
también se quemaban al fuego, porque así suele cocerlos el
hombre.
Asimismo, por la muerte de los animales se significa la
destrucción de los pecados y que el hombre era digno de
muerte por sus pecados, como si los animales fueran
muertos en lugar de los hombres, significando la expiación
de los pecados.
Mediante la muerte de los animales también se significaba
la muerte de Cristo.
6. El modo especial de matar los animales inmolados
era determinado por la ley para excluir otros modos usados
por los idólatras para inmolar animales a sus ídolos. O
también, según dice rabí Moisés: la ley eligió aquel
modo de muerte que menos hace sufrir a los animales,
excluyendo con esto la dureza con los que ofrecen y el
deterioro de los animales muertos.
7. Los animales defectuosos suelen ser tenidos en poco
entre los hombres, y por eso se prohibía ofrecerlos a Dios
como sacrificio. Por esta misma causa se prohibía
presentar como ofrenda para la casa de Dios la merced
de una meretriz y el precio de un perro (de un
prostituto). Por la misma causa no se ofrecían animales
antes del séptimo día, porque tales animales eran casi
abortivos a causa de su inconsistencia y ternura.
8. Los sacrificios eran de tres géneros: el
holocausto o totalmente quemado, porque toda la
víctima era quemada completamente. Tales sacrificios se
ofrecían especialmente en reverencia de la majestad divina
y por amor de su bondad. Correspondía al estado de
perfección, que consiste en el cumplimiento de los
consejos. Se quemaba todo el animal, que, reducido a humo,
subía al cielo para significar que todo el hombre y todas
sus cosas están sujetos al dominio de Dios y todas deben
serle ofrecidas.
Otro es el sacrificio por el pecado, que se ofrecía
a Dios para obtener la remisión de los pecados y
corresponde al estado de los penitentes por la
satisfacción de sus pecados. En este sacrificio se dividía
la víctima en dos partes, de las que una era quemada, y la
otra se reservaba para uso del sacerdote a fin de
significar que la expiación de los pecados la realiza Dios
por ministerio de los sacerdotes. Sólo cuando se ofrecía
el sacrificio por los pecados de todo el pueblo o del
sacerdote, se quemaba la víctima entera, pues no debía
apropiarse el sacerdote lo que se ofrecía por sus propios
pecados, para que no quedase en él cosa de pecado y porque
eso no sería satisfacción por el pecado. Si la víctima se
distribuyese a aquellos por cuyos pecados se ofrecía,
sería igual que si no se ofreciese.
El tercer género de sacrificio se llamaba hostia
pacífica, la cual se ofrecía a Dios, sea en acción de
gracias, sea por la salud o prosperidad de los oferentes,
sea por razón de un beneficio que se esperaba o que ya se
había recibido, y conviene al estado de los que van
aprovechando en el cumplimiento de los mandamientos. En
estos sacrificios se dividía la víctima en tres partes; la
una se quemaba en honor de Dios; la segunda se otorgaba a
los sacerdotes, y la tercera era de los oferentes, para
significar que la salud del hombre procede de Dios bajo la
dirección de sus ministros y con la cooperación de los
mismos hombres que obtienen la salud.
Y la regla general era que ni la sangre ni la grasa se
distribuían al sacerdote o a los oferentes, sino que la
sangre era derramada al pie del altar en honor a Dios, y
la grasa era quemada al fuego. La primera razón de esto
era excluir la idolatría, pues los idólatras bebían la
sangre de las víctimas y comían sus grasas, según lo que
se dice en Dt 32: Los que comían las grasas de sus
víctimas y bebían el vino de sus libaciones. La
segunda razón era servir de regla de la vida humana, y así
se prohibía comer la sangre para inspirar horror al
derramamiento de la sangre humana; por lo cual se dice en
Gén 9: No comeréis carne con sangre, pues yo vengaré
vuestra sangre. La comida de las grasas se prohibía
para evitar la lascivia; por donde se dice en Ez 34:
Matabais el ganado gordo. La tercera razón es la
reverencia divina, pues la sangre es sumamente necesaria
para la vida; por lo cual se dice que el alma está en la
sangre. La grasa indica la abundancia de alimento. De esta
manera, para mostrar que de Dios procede la vida y todos
los bienes, se derrama la sangre y se quema la grasa en
honor de Dios. Una cuarta razón es la de figurar la
efusión de la sangre de Cristo y la abundancia de su
caridad, por la cual se ofreció a Dios por nosotros.
De las hostias pacíficas se concedía al sacerdote el pecho
y la paletilla derecha, para excluir cierta especie de
adivinación llamada «espatulomancia», porque pretendían
adivinar por el omóplato de los animales y por los huesos
del pecho, todo lo cual se sustraía por eso a los
oferentes. Por aquí se significaba también cuan necesaria
era al sacerdote la sabiduría del corazón para instruir al
pueblo, significado en el pecho, que cubre el corazón, y
asimismo la fortaleza para soportar los defectos,
significada por el brazo derecho.
9. El holocausto era el más perfecto de los
sacrificios, y por eso no se ofrecía en él sino un animal
macho, pues la hembra es animal imperfecto. La ofrenda de
las tórtolas y de las palomas se admitía por la pobreza de
los oferentes que no podían ofrecer animales mayores. Y
porque las hostias pacíficas se ofrecían libremente, y
nadie era obligado a ofrecerlas, por esto estas aves no se
ofrecían entre las hostias pacíficas, sino entre los
holocaustos y hostias por el pecado, que a veces era
preciso ofrecer. Estas aves, a causa de la altura de su
vuelo, simbolizan la perfección de los holocaustos, y
también las hostias por el pecado, porque su canto es un
gemido.
10. Entre todos los sacrificios, el principal era el
holocausto en el que era consumido todo en honor a Dios y
nada de él se comía. El segundo lugar lo obtenía la hostia
por el pecado, que era comida tan sólo por los sacerdotes
en el atrio y el mismo día del sacrificio. El tercer lugar,
la hostia pacífica en acción de gracias, que se debía
comer el mismo día, pero en toda Jerusalén. El cuarto
lugar lo ocupaba la hostia pacífica con motivo de un voto,
cuyas carnes podían comerse aun al día siguiente. La razón
de este orden es porque la máxima obligación del hombre
con Dios radica en la majestad divina; la segunda, en la
ofensa cometida; la tercera, a causa de los beneficios
recibidos, y la cuarta, por los que se espera recibir.
11. Los pecados se agravan por la condición del
pecador, según antes dijimos, y por esto una era la
víctima prescrita por el pecado del sacerdote o de un
príncipe; otra la que se mandaba por una persona privada.
Conviene advertir que, según dice rabí Moisés, cuanto
más grave era el pecado, tanto más vil era la víctima que
por él se ofrecía. Y así se ofrecía una cabra, que es el
más vil de todos los animales, por el pecado de idolatría,
que es el más grave de los pecados; por la ignorancia del
sacerdote se ofrecía un becerro, y un macho cabrío por la
negligencia de un príncipe.
12. La ley quiso tener en cuenta en los sacrificios la
pobreza de los oferentes, de modo que quien no pudiera
ofrecer un cuadrúpedo, al menos ofreciera un ave; y el que
ni esto podía, ofreciese un pan; y si ni aun esto tenía,
un poco de harina o unas espigas.
La causa figurativa es que el pan significa a Cristo, el
pan vivo, según se lee en Jn 6, el cual estaba como en
la espiga, en la fe de los patriarcas durante la ley
natural; y era como la flor de harina en la doctrina de la
Ley y de los Profetas; y era como el pan amasado después
de tomada carne humana, y cocido al fuego, esto es,
formado por el Espíritu Santo en el horno del seno
virginal; como pan cocido en la sartén por los trabajos
que en este mundo soportó, y por los de la cruz, como
quemado en las parrillas.
13. Los productos de la tierra que utiliza el hombre,
o son para su comida, y de éstos se ofrecía el pan; o para
bebida, y de éstos se ofrecía el vino; o son para
condimento, y de ellos se ofrecía el aceite y la sal; o
son para medicina, y de éstos se ofrecía el incienso, que
es aromático y estimulante.
Mediante el pan se figura la carne de Cristo; por el vino,
su sangre, por la que fuimos redimidos; el aceite figura
la gracia de Cristo; la sal, la ciencia, y el incienso, la
oración.
14. No se ofrecía la miel en los sacrificios a Dios,
porque acostumbraban a ofrecerla en los sacrificios de los
ídolos; y también para excluir todo dulzor carnal y
voluptuosidad en quienes querían ofrecer sacrificios a
Dios. El fermento no se ofrecía, para excluir la
corrupción y, tal vez, porque acostumbraban a ofrecerlo en
los sacrificios de los ídolos.
Pero se ofrecía la sal, que impide la corrupción y la
podredumbre, pues los sacrificios de Dios deben ser
incorruptos; y también porque la sal significa la
discreción de la sabiduría o la mortificación de la carne.
El incienso se
ofrecía para designar la devoción de la mente, necesaria
en los oferentes, y también el olor de la buena fama, pues
el incienso es graso y oloroso. Y porque el sacrificio de
los celos no procedía de devoción, sino más bien de
suspicacia; por esto en él no se ofrecía incienso. |