¿Tienen causa razonable los sacramentos de la ley antigua?
Objeciones por las que parece que no se pueden señalar
causas razonables a los sacramentos de la ley antigua.
1. Los ritos empleados en el culto divino no deben
parecerse a los que emplean los idólatras; por lo cual se
dice en Dt 12: No actuarás de esa manera con el señor
tu Dios, pues ellos (los idólatras) han hecho a sus
dioses todas las abominaciones que aborrece el Señor.
Pero los adoradores de los ídolos se hacían con cuchillos
incisiones hasta derramar sangre, según se dice en 3 Re
18: Se sajaban con cuchillos y lancetas, según su rito,
hasta derramar sangre; por lo cual el Señor mandó (Dt
14): No os hagáis incisiones ni os decalvéis entre los
ojos por un muerto. Luego sin razón fue instituida la
circuncisión en la ley.
2. Los ritos del culto deben poseer decencia y
gravedad, según se dice en el salmo 34: Te alabaré en
un pueblo grave. Pero el que los hombres coman aprisa,
más bien parece indicar cierta ligereza; luego no es
correcto el precepto de Éxodo 12: que coman aprisa el
cordero pascual. Y se instituyeron otras cosas acerca de
su comida que parecen completamente irracionales.
3. Los sacramentos de la ley antigua fueron figuras de
los sacramentos de la nueva. Pero el cordero pascual
significaba el sacramento de la Eucaristía, según aquello
de 1 Cor 5: Fue inmolado Cristo, nuestra Pascua;
luego también debió haber en la ley antigua algunos otros
sacramentos que prefigurasen los de la nueva, como la
confirmación, la extremaunción, el matrimonio y otros.
4. No puede uno purificarse si no es de ciertas
impurezas. Pero ante Dios nada corporal se considera
impuro, porque todo cuerpo es criatura de Dios y toda
criatura de Dios es buena, y nada se debe rechazar de lo
que se toma con acción de gracias, como se dice en 1
Tim 4. Luego no es razonable purificarse del contacto de
un hombre con un muerto o de alguna semejante infección
corporal.
5. Se dice en el Eclesiástico 34: ¿Qué se puede
purificar con lo impuro? Pero la ceniza de la vaca
roja que se quemaba era impura, puesto que causaba
impureza, según se dice en Núm 19: El sacerdote que la
inmoló será impuro hasta la tarde, e igualmente el que
la quemaba y el que recogía sus cenizas; luego sin razón
se mandó allí que con semejantes cenizas se purificasen
los impuros.
6. Los pecados no son algo corporal que se pueda
trasladar de un lugar a otro, ni puede el hombre
purificarse del pecado mediante algo inmundo; luego sin
motivo, para la expiación de los pecados del pueblo de
Israel, los confesaba el sacerdote sobre un macho cabrío
para que los llevase al desierto, mientras que empleaban
otro becerro para las purificaciones y, quemándolo fuera
del campamento, se volvían impuros, de manera que era
preciso lavar los vestidos y el cuerpo con agua.
7. Lo que ya está limpio no hay por qué limpiarlo.
Luego no parece conveniente otra purificación del hombre o
de su casa, libre ya de la lepra, como se ordena en Lev
14.
8. La impureza espiritual no puede limpiarse con el
lavado del agua o la rasura de los cabellos; parece, pues,
irracional lo que en Ex 30 manda el Señor, que se haga un
pilón de bronce con su base para que se laven los pies y
las manos los sacerdotes que han de entrar en el
tabernáculo; y lo que se preceptúa en Núm 8: Se lavarán
los levitas con el agua lustral y se raparán todo el pelo
de su carne.
9. Lo que es más noble no puede ser santificado por lo
que es menos; luego sin razón se hacía por una simple
unción corporal y por sacrificios y oblaciones, también
corporales, la consagración de los sacerdotes mayores y
menores según la ley, como se lee en Lev 8, y de los
levitas en Núm 8.
10. Como se dice en 1 Re 16, los hombres ven lo que
está a la vista, pero Dios penetra el corazón. Ahora
bien, entre las cosas que están a la vista están la
disposición corporal y los vestidos; luego sin motivo se
asignan a los sacerdotes, mayores y menores, ciertos
vestidos especiales, de los que se trata en Ex 28. Parece
que también sin razón se aparta del sacerdocio a uno por
defectos corporales, según se dice en Lev 21: Nadie de
tu estirpe, según sus generaciones, que tenga un defecto,
ofrecerá panes a su Dios, tanto si es ciego, como si es
cojo, etc. En suma, parece que los sacramentos de la
antigua ley no eran razonables.
Contra esto: Está lo que se lee en Lev 20: Yo soy
el Señor, que os santifico. Pero Dios no hace nada sin
motivo, pues se dice en el salmo 103: Todo lo hiciste
con sabiduría; luego en los sacramentos de la ley
antigua, que se ordenaban a la santificación de los
hombres, no hay nada que no tenga su causa razonable.
Solución: Como ya se ha dicho, se llaman propiamente
sacramentos aquellos ritos ordenados a la santificación de
los adoradores de Dios, con que de algún modo eran
destinados al culto divino. Este culto a Dios pertenecía
en general a todo el pueblo; en especial, a los sacerdotes
y levitas, que eran los ministros del culto divino. Por
esto, de los sacramentos de la antigua ley, unos
correspondían a la utilidad común de todo el pueblo, otros
a la especial de los ministros.
A unos y a otros eran necesarias tres cosas: primera, el
rito que les pusiera en estado de dar culto a Dios, y este
rito, común a todos, era la circuncisión, sin la cual
nadie era admitido a ningún acto legal, y para los
sacerdotes era la consagración sacerdotal. En segundo
lugar, se requerían las cosas necesarias al culto divino,
que eran, para el pueblo en general, la comida del cordero
pascual, a cuya participación no se admitían a ningún
incircunciso, como se ve por Ex 12; para los sacerdotes,
la oblación de las víctimas y la comida de los panes de la
propiciación y de las otras cosas reservadas a los
sacerdotes. En tercer lugar se exigía la remoción de
aquellas cosas que impedían el culto divino, a saber, las
impurezas. Y así se habían instituido ciertos ritos para
purificar al pueblo de ciertas impurezas exteriores y para
expiar los pecados, y asimismo la ablución de las manos y
pies y la rasura del pelo de los sacerdotes y levitas.
Todos estos ritos tenían sus causas razonables y literales,
según que se ordenaban al culto de Dios para aquel tiempo;
y las tenían figurativas, en cuanto se ordenaban a
prefigurar a Cristo, como se verá por lo que se dirá de
cada uno.
Respuesta a las objeciones:
1. La principal razón literal de la circuncisión fue
la manifestación de la fe en un solo Dios. Y porque
Abrahán fue el primero que se separó de los infieles
saliendo de su casa y de su parentela, por eso fue el
primero que recibió la circuncisión. El Apóstol señala
esta razón escribiendo a los Romanos 4: Recibió la
señal de la circuncisión como sello de la justicia de la
fe, que obtuvo en la incircuncisión. Pues de la fe se
dice: La fe le fue imputada por justicia a Abrahán,
porque creyó contra toda esperanza; es decir, contra
la esperanza en la naturaleza, creyó en la esperanza de la
gracia, que sería padre de muchas naciones, siendo
él viejo y su mujer vieja y estéril. Para que esta
protestación e imitación de la fe se afianzase en los
corazones de los judíos, recibieron en su carne una señal
que no pudieran olvidar, según se dice en Gen 17: Mi
alianza en vuestra carne será alianza eterna. Se
practicaba al octavo día, porque antes el niño era
demasiado tierno y pudiera recibir grave daño y se le
consideraba como algo endeble, y por esto mismo los
animales no se ofrecían hasta el octavo día. Pero no se
retardaba más, no fuera que por temor del dolor rehuyeran
algunos el signo de la circuncisión, o los padres, cuyo
amor a los hijos crece después de trato frecuente o del
crecimiento de los niños, quisieran sustraerlos a la
circuncisión. Una segunda razón pudo ser para debilitar la
concupiscencia en aquel miembro. La tercera razón fue para
burla de los ritos de Venus y Príapo, en los que era
venerada esa parte del cuerpo. En cambio, sólo prohibió el
Señor las incisiones, que se hacían en el culto de los
ídolos, y que no pueden compararse con la circuncisión.
La razón figurativa de la circuncisión era la destrucción
de la corrupción que obraría Cristo, la cual se realizará
perfectamente en la edad octava, la edad de los
resucitados. Y porque toda corrupción de culpa o de pena
nos viene por el origen carnal del pecado del primer
padre, por eso la circuncisión se practicaba en el miembro
viril. Por donde dice el Apóstol a los Colosenses, 2:
Estáis circuncidados en Cristo con una circuncisión no de
mano de hombre no por la amputación de la carne, sino con
la circuncisión de nuestro Señor Jesucristo.
2. La razón literal del banquete pascual fue la
conmemoración del beneficio de la salida de Egipto, y así,
por semejante banquete, el pueblo confesaba que pertenecía
a Dios, que los había sacado de Egipto. En el momento de
ser liberados, les mandó Dios que untasen con la sangre
del cordero los dinteles de sus casas, como manifestación
de aborrecimiento de los ritos de los egipcios, que rendía
culto al carnero. Por esto mismo, con la aspersión de la
sangre del cordero y con la unción de las puertas de las
casas, fueron librados del peligro de exterminio que
amenazaba a los egipcios.
En esta salida de Egipto conviene notar dos cosas: la
prisa por marchar, pues eran impelidos por los egipcios
para que saliesen pronto, como se escribe en Ex 12, y
corría peligro, quien no partiese con rapidez junto a la
masa del pueblo, de que lo matasen los egipcios. Dos
circunstancias ponen de relieve esta prisa: una la comida,
porque el precepto consistía en comer panes sin fermentar,
en señal de que no podían fermentarlos a causa de los
egipcios, que los obligaban a partir: y que comían el
cordero asado al fuego, pues así se prepara antes, y que
no le rompiesen ningún hueso, pues con tanta prisa no
había tiempo. La otra circunstancia era el modo de comer,
pues se dice: Lo comeréis ceñidos los lomos, calzados
los pies y con el báculo en la mano, y comiendo aprisa;
todo lo cual demuestra la presteza para caminar. A esto
mismo pertenece lo que se les mandaba: Comeréis en casa
y no sacaréis las carnes fuera de casa; lo que indica
que por la prisa no se enviasen obsequios unos a otros.
Las amarguras que habían sufrido en Egipto estaban
representadas por las lechugas amargas.
En lo que se refiere a la razón figurativa, está
manifiesta en la inmolación del cordero pascual, que
figuraba la de Cristo, según aquello de 1 Cor 5: Se
inmoló Cristo, nuestra Pascua. La sangre del cordero,
que libra del exterminador, rociada sobre los dinteles de
las casas, significa la fe en la pasión de Cristo, en el
corazón y en la boca de los fieles, por lo que somos
librados del pecado y de la muerte, según aquello de 1 Pe
1: Fuisteis rescatados con la sangre preciosa del
Cordero inmaculado. Comían las carnes para significar
la comida del cuerpo de Cristo en el sacramento. Esas
carnes estaban asadas al fuego para significar la pasión o
la caridad de Cristo. Las comían con panes ácimos, para
significar la conducta pura de los fieles que reciben el
cuerpo de Cristo, según 1 Cor 5: comamos con los panes
ácimos de la sinceridad y de la verdad. Le añadían las
lechugas silvestres en señal de la penitencia de los
pecados, necesaria a los que reciben el cuerpo de Cristo.
Se ciñen los lomos con el cíngulo de la castidad. El
calzado de los pies son los ejemplos de los patriarcas ya
difuntos. Los báculos en las manos significan la
diligencia pastoral. Finalmente, se manda comer el cordero
en una casa, es decir, en la Iglesia católica, no en los
conventículos de los herejes.
3. Ciertos sacramentos de la ley nueva tuvieron en la
antigua sus sacramentos figurativos correspondientes. Pues
a la circuncisión corresponde el bautismo, que es el
sacramento de la fe según Col 2: Fuisteis circuncidados
con la circuncisión de nuestro Señor Jesucristo,
sepultados con El en el bautismo. Al banquete del
cordero pascual corresponde en la ley nueva el sacramento
de la Eucaristía. A las múltiples purificaciones de la
antigua ley corresponde en la nueva el sacramento de la
penitencia. A la consagración del pontífice y de los
sacerdotes corresponde el sacramento del orden.
Para el sacramento de la confirmación, que es el
sacramento de la plenitud de la gracia, no hay en la
antigua ley sacramento correspondiente, porque no habían
llegado los tiempos de la plenitud, ya que la ley
no había llevado a nadie a la perfección. Lo mismo
respecto al sacramento de la extramaunción, que es cierta
preparación inmediata para entrar en la gloria, cuya
entrada no estaba aún abierta en la antigua ley, no
habiéndose pagado aún el precio. El matrimonio existió en
la ley antigua como algo que respondía a los deberes
naturales; pero no en cuanto sacramento de la unión de
Cristo con la Iglesia, todavía no existente. Por eso, en
la ley antigua se permitía dar libelo de repudio, que vaes
contra el concepto del sacramento.
4. Según queda dicho las purificaciones de la ley
antigua se ordenaban a remover los impedimentos del culto
divino, el cual es doble: el uno espiritual, que consiste
en la devoción de la mente a Dios, y el otro corporal, que
consiste en los sacrificios, oblaciones y otras cosas
tales. Impedimento del culto espiritual son los pecados,
que manchan al hombre, como la idolatría, el homicidio, el
adulterio, el incesto; y de estos pecados se purificaban
los hombres mediante ciertos sacrificios, unos que se
ofrecían por toda la multitud y otros por pecados
singulares. No es que estos sacrificios materiales
tuvieran de suyo virtud para expiar los pecados, sino que
significaban la expiación de los pecados que nos vendría
por Cristo, de la cual participaban los antiguos con la
manifestación de la fe en el Redentor por medio de los
sacrificios.
Del culto exterior alejaban a los hombres ciertas
inmundicias corporales. En primer lugar, de los hombres, y
luego, también de los animales, de los vestidos, de las
casas y de los vasos. En los hombres se reputaba
inmundicia algo proveniente de los mismos hombres y
también algo que provenía del contacto con las cosas
inmundas. Se reputaba inmundicia en los hombres cuanto
estaba corrompido o expuesto a corrupción. Y como la
muerte es corrupción, el cadáver se consideraba como
inmundo. Igualmente, la lepra, que nace de la corrupción
de los humores que brotan al exterior e infectan a otros,
hace al leproso inmundo; asimismo, las mujeres que padecen
flujo de sangre, sea por enfermedad, sea por ley natural,
como en tiempo de la menstruación o de la concepción. Por
la misma razón, el hombre es considerado impuro a causa
del flujo del semen, sea por enfermedad, polución nocturna
o por el coito, pues todo humor que sale del hombre por
cualquiera de los dichos modos implica una infección
impura. Asimismo, los hombres contraían impureza por el
contacto con ciertas cosas impuras.
Todas estas impurezas tenían razón literal y figurativa.
La literal, por la reverencia de cuanto pertenece al culto
divino, ya porque los hombres no suelen tocar las cosas
preciosas cuando están manchados, ya porque la dificultad
de acercarse a las cosas sagradas hacía a éstas más
venerables. Como los hombres raras veces pudieran estar
libres de semejantes impurezas, raras veces podían
acercarse a las cosas santas del culto divino; y así,
cuando se acercaban, lo hacían con más reverencia y
humildad de corazón. Había también en algunos de estos
casos otra razón literal: que los hombres, por asco de
algunos enfermos y temor del contagio, por ejemplo, de los
leprosos, temiesen acercarse al culto divino. En otros era
la razón de evitar el culto idolátrico, pues los gentiles,
en los ritos de sus sacrificios, usaban a veces de la
sangre humana y del semen. Todas estas impurezas
corporales se purificaban, o por sola la aspersión del
agua, o si eran mayores, por algún sacrificio expiatorio
del pecado de que tales flaquezas provenían.
La razón figurativa de estas impurezas fue que por ellas
se significaban diversos pecados. En efecto, la impureza
de los cadáveres significa la del pecado, que es la muerte
del alma. La impureza de la lepra es la impureza de la
doctrina herética, ya porque la herejía es contagiosa como
la lepra, ya porque ninguna falsa doctrina hay que no
lleve alguna verdad mezclada, como también en el cuerpo
del leproso aparecen manchas de lepra en medio de la carne
sana. Por la impureza de la mujer que padece flujo de
sangre, se significa la impureza de la idolatría, a causa
de la sangre de las víctimas inmoladas. La impureza del
varón por el derrame del semen designa la impureza de la
vana locuacidad, porque semilla es la palabra de
Dios. La impureza del coito y de la mujer parturienta
significa la impureza del pecado original. La impureza de
la menstruación es la impureza de la mente debilitada por
los placeres. En general, la impureza que proviene del
contacto con una cosa impura significa la impureza del
consentimiento en el pecado ajeno, según 2 Cor 6: Salid
de en medio de ellas y apartaos y no toquéis cosa inmunda.
Esta impureza del contacto se extiende también a las cosas
inanimadas, pues todo lo que tocaba una cosa impura
quedaba también impuro. En esto la ley atenuó la
superstición de los gentiles, que no sólo por contacto
decía que se contraía la impureza, sino también por la
palabra o la mirada, según dice rabí Moisés, hablando de
la mujer en la menstruación. Por ello se significaba
místicamente lo que dice Sabiduría 14: Igualmente son
aborrecibles a Dios el impío y su impiedad.
Había también cierta impureza en las cosas inanimadas,
consideradas en sí mismas, como la impureza de la lepra en
las casas o en los vestidos. Como la enfermedad de la
lepra proviene en el hombre de los humores corrompidos,
que producen la putrefacción y corrupción de la carne, así
por alguna corrupción, proveniente del exceso de humedad o
de sequedad, se produce alguna vez cierta corrupción en
las piedras de las casas o en los vestidos. A esta
corrupción llama la ley lepra, que vuelve impuras las
casas o los vestidos, sea porque toda corrupción produce
inmundicia, como se dijo arriba; sea porque, contra este
tipo de corrupción, veneraban los gentiles sus dioses
penates. Por esto ordenó la ley destruir las casas en que
hubiera tal corrupción fija y quemar los vestidos, para
suprimir la ocasión de la idolatría. También existía
cierta impureza de los vasos, de la que se dice en Núm 19:
La vasija que no tenga tapadera ni atadura, será inmunda.
La razón de esta impureza era que en una vasija destapada
fácilmente podía caer una cosa impura que la volviera tal.
También existía este precepto para evitar la idolatría,
pues los gentiles creían que, si en tales vasos o en las
aguas caían ratones, lagartos o algo semejante, que
inmolaban a los ídolos, se hacían más gratas a los dioses.
Todavía hoy algunas mujerzuelas dejan sus vasijas
destapadas en obsequio de ciertas divinidades nocturnas,
que llaman Janas.
La razón figurativa de tales impurezas es ésta: por la
lepra de la casa se significa la impureza de la asamblea
herética; por la lepra de un vestido de lino, la
perversidad de costumbres, proveniente de la amargura del
ánimo; por la lepra del vestido de lana, la perversidad de
la adulación; por la lepra en la urdimbre, los vicios del
alma; por la lepra en la trama, los pecados carnales, pues
como la urdimbre está en la trama, así el alma en el
cuerpo. Por el vaso que no tiene cubierta ni atadura se
significa el hombre que no tiene cosa que le tape la boca,
a quien ninguna disciplina reprime.
5. Según acabamos de decir ya, la impureza legal era
doble: una que procedía de alguna corrupción de la mente o
del cuerpo, y esta impureza era la mayor; la otra provenía
del solo contacto con una cosa inmunda, y era menor, y se
expiaba más fácilmente. La primera exigía ser expiada con
los sacrificios por el pecado, pues toda corrupción
proviene del pecado y es indicio de pecado; pero la
segunda se expiaba por la sola aspersión del agua llamada
de la expiación, de la cual se trata en Núm 19.
Allí manda el Señor que tomen una vaca roja en memoria del
pecado que habían cometido al adorar al becerro. Y se dice
una vaca, mejor que un becerro, porque con aquel nombre
solía Dios llamar a la sinagoga, según aquello de Oseas 4:
Como una vaca viciosa se apartó Israel. Tal vez habla
así porque, a imitación de los egipcios, veneraron las
vacas, según aquello de Oseas 10: Veneraban las vacas
de Betaven. En detestación del pecado de idolatría la
inmolaban fuera del campamento. Y dondequiera que se
ofrecía un sacrificio en expiación de los pecados de la
muchedumbre, la víctima era quemada toda fuera del
campamento. Y para significar que por este sacrificio se
purificaba el pueblo de todos sus pecados, teñía el
sacerdote su dedo en la sangre y rociaba siete veces hacia
las puertas del santuario, porque el número siete expresa
universalidad. La misma aspersión de la sangre expresaba
la detestación de la idolatría, en la que no se derramaba
la sangre de la víctima inmolada, sino que la recogían y,
en torno a ella, comían los hombres en honor de sus ídolos.
La vaca era quemada al fuego, sea porque Dios se había
aparecido a Moisés en el fuego y en fuego fue dada la ley,
sea porque esto significaba que la idolatría, y cuanto a
ella se refiere, debía ser totalmente extirpada, como la
vaca era quemada con la piel, las carnes, la sangre
y los excrementos. Se añadía al fuego madera de
cedro, hisopo y púrpura dos veces teñida, para significar
que, como la madera de cedro no se pudre con facilidad, y
la escarlata dos veces teñida no pierde el color, y el
hisopo retiene el aroma aun después de seco, así también
ese sacrificio era para conservación del pueblo, de su
honestidad y de su devoción. Por esto se dice de las
cenizas de la vaca que serán para conservación de la
multitud de los hijos de Israel. O, según Flavio
Josefo, significan los cuatro elementos, pues al fuego se
añadía el cedro, que representaba la tierra por su
naturaleza terrena; el hisopo significaba el aire, por su
aroma, y la púrpura, el agua, porque su tinte procedía de
las aguas. Así se venía a expresar que aquel sacrificio se
ofrecía al Creador de los cuatro elementos. Y como este
tipo de sacrificio se ofrecía por el pecado de idolatría,
tanto el que lo quemaba como el que recogía las cenizas y
el que hacia la aspersión de las aguas en que se mezclaba
la ceniza se consideraban impuros. Se significaba por esto
que cuanto de algún modo tocaba a la idolatría había de
reprobarse, como impuro. De esta impureza se purificaban
lavando los vestidos. Ni necesitaban rociarse con aquella
agua por esta impureza, porque se daría un proceso al
infinito. Pues el que rociaba con el agua quedaba impuro,
y si otro le rociara, igualmente lo quedaba, y lo mismo el
que a éste rociara, y así hasta el infinito.
La razón figurativa de este sacrificio era porque,
mediante la vaca roja, se significa a Cristo en razón de
la flaqueza de la humanidad que tomó, designada por el
sexo femenino, mientras que el color de la vaca significa
la sangre de la pasión. Era la vaca roja, de edad madura,
porque todas las obras de Cristo son perfectas; no había
en ella defecto ni había llevado el yugo, porque (Cristo)
no llevó el yugo del pecado. Se manda que la lleven a
Moisés, porque había de ser acusado de traspasar la ley
mosaica con la violación del sábado; entregarla a Eleazar
el sacerdote, porque Cristo había de morir entregado por
los sacerdotes. Era inmolada fuera del campamento, porque
Cristo padeció fuera de la puerta. Moja su dedo
el sacerdote en su sangre por la discreción, significada
por el dedo, con que se ha de considerar e imitar el
misterio de la pasión de Cristo. Se asperge contra el
tabernáculo, que designa la Sinagoga, para condenación de
los judíos incrédulos o para purificación de los creyentes;
y se hace esto siete veces, para figurar los siete dones
del Espíritu Santo o por siete días, en que se entiende el
tiempo todo. Todo cuanto toca a la encarnación de Cristo
ha de ser quemado al fuego, esto es, entendido
espiritualmente, pues por la piel y la carne se significan
las obras exteriores de Cristo; por la sangre, la virtud
interior que las vivificaba; por los excrementos, el
cansancio, la sed y cuanto toca a su flaqueza. Todavía se
añaden tres cosas: el cedro, que significa la alteza de la
esperanza y de la contemplación; el hisopo, la humildad o
la fe; la púrpura dos veces teñida, la doble caridad. Con
éstas debemos unirnos a Cristo paciente. La ceniza de la
vaca quemada era recogida por un varón limpio, porque las
reliquias de la pasión llegaron a los gentiles, que no
habían sido culpables de la muerte de Cristo. Se añade
agua a las cenizas para la expiación, porque de la pasión
de Cristo recibe el bautismo la virtud de purificar los
pecados. El sacerdote que inmolaba y quemaba la vaca y el
que recogía las cenizas quedaban impuros, y asimismo el
que esparcía el agua, o porque los judíos quedaron impuros
por la muerte de Cristo, que expió todos nuestros pecados,
y esto hasta la tarde, es decir, hasta el fin del mundo,
cuando se convertirán las reliquias de Israel; o porque
los que tratan las cosas santas para la purificación de
otros contraen algunas impurezas, como dice San Gregorio
en su Pastoral, y esto hasta la tarde, es decir,
hasta el fin de la vida presente.
6. Según ya dijimos (ad 5), la impureza que provenía
de la corrupción, sea de la mente, sea del cuerpo, era
expiada con los sacrificios por el pecado. Los
particulares ofrecían sacrificios por sus propios pecados;
mas como algunos, por negligencia en semejantes pecados e
impurezas o por ignorancia sobre esta expiación, no la
practicaban, por eso se estableció que una vez en el año,
el día 10 del mes séptimo, se hiciera un sacrificio
expiatorio por todo el pueblo. Y porque, según dice el
Apóstol en Hebr 7, la ley hizo sacerdotes a hombres
débiles, era preciso que el sacerdote ofreciese
primero por sí mismo un becerro por el pecado, en
conmemoración del pecado que Aarón había cometido
fundiendo el becerro de oro; y un carnero en holocausto,
con el que se significaba que la dignidad sacerdotal,
expresada por el carnero, cabeza del rebaño, ha de
ordenarse a la gloria de Dios. Luego ofrecía por el pueblo
dos machos cabríos, de los cuales uno se inmolaba para
expiar los pecados del pueblo. Es el macho cabrío un
animal fétido, de cuyo pelo se hacen vestidos ásperos, y
con ello se significaba el hedor, la suciedad y la
aspereza de los pecados. Su sangre se introducía, junto
con la sangre del becerro, en el santísimo, y con ella se
rociaba todo el santuario, para significar con ello que se
purificaba el tabernáculo de las impurezas de los hijos de
Israel. Se quemaban los cuerpos del macho y del becerro,
inmolados por el pecado, para significar la destrucción de
los pecados. Pero no se hacía en el altar, donde sólo se
quemaban totalmente los holocaustos; estaba prescrito que
se quemasen fuera del campamento, para detestación del
pecado. Esto se hacía cuando se ofrecía un sacrificio por
algún pecado grave o por una multitud de pecados. El otro
macho era enviado al desierto, no para ser ofrecido a los
demonios, a quienes veneraban los gentiles en los
desiertos, pues a los demonios nada era lícito inmolar,
sino para significar el efecto del sacrificio ofrecido. Y
por eso imponía el sacerdote las manos sobre la cabeza del
macho, confesando los pecados de los hijos de Israel, como
si el macho los llevase al desierto, donde era devorado
por las fieras, como si sufriese la pena por los pecados
del pueblo. Se decía que llevaba los pecados del pueblo o
porque con echarlo al desierto se significaba la remisión
de los pecados del pueblo, o porque llevaba atado sobre la
cabeza un escrito con estos pecados.
La razón figurativa de todos estos ritos era Cristo,
significado por el becerro, a causa de su pureza; y por el
carnero, porque El es la cabeza de los fieles, y por el
macho cabrío, a causa de la semejanza de la carne
del pecado. Y el mismo Cristo fue inmolado por los pecados
de los sacerdotes y del pueblo, pues por su pasión son
purificados de sus pecados tanto los mayores como los
menores. La sangre del becerro y del macho cabrío era
introducida por el pontífice en el santísimo, para
significar que por la pasión de Cristo se nos abren las
puertas del reino de los cielos. Sus cuerpos son quemados
fuera del campamento, porque Cristo padeció fuera
de las puertas, como dice el Apóstol en Heb 13. Por el
macho, que era enviado al desierto, se puede significar la
misma divinidad de Cristo, que, mientras la humanidad
padece, se retira a la soledad, no mudando de lugar, sino
conteniendo su poder; o significa la concupiscencia mala,
que debemos arrojar de nosotros, mientras inmolamos al
Señor los movimientos virtuosos.
De la impureza de los que quemaban estos sacrificios se
puede decir lo que atrás queda declarado de la vaca roja.
7. Con los ritos propios de la ley no se curaba al
leproso de su mal, pero se declaraba la curación. Esto es
claro por Lev 14, donde se dice del sacerdote: Cuando
hallase que la lepra se ha curado, mandará al que se
purifica. Luego la lepra ya estaba curada, pero la
purificación significaba que por el juicio del sacerdote
era restituido a la sociedad humana y al culto divino. A
veces, sin embargo, acontecía que por milagro de Dios,
realizado por el rito legal, se limpiaba la lepra si el
sacerdote se había equivocado en su juicio.
Semejante purificación del leproso tenía dos partes:
primero, se juzgaba acerca de su limpieza; luego, como ya
limpio, era restituido a la sociedad de los hombres y al
culto divino. Esto, pasados siete días. En la primera
purificación ofrecía por sí el leproso curado dos pájaros
vivos, un trozo de cedro, un hilo de púrpura e hisopo,
dispuestos de modo que con el hilo de púrpura se ataba un
pájaro al trozo de cedro y al hisopo, de tal manera que el
cedro hacía de mango, y el hisopo y el pájaro, de
aspersorio, que se mojaba en la sangre del otro pájaro
inmolado en agua limpia. Se ofrecían estas cuatro cosas
contra los cuatro defectos de la lepra: contra la
podredumbre, ofrecía el cedro, que es árbol incorruptible;
contra el hedor, el hisopo, que es hierba olorosa; contra
la insensibilidad, el pájaro vivo; contra la fealdad del
color, el hilo de púrpura, que tiene color vivo. Al pájaro
vivo se le dejaba volar hacia el campo porque el leproso
era restituido a su antigua libertad.
El octavo día era admitido al culto divino y restituido a
la sociedad de los hombres, aunque primero debía rasurar
el pelo de todo su cuerpo y lavarse los vestidos, porque
la lepra corroe el pelo e infecta los vestidos,
volviéndolos fétidos; después ofrecía un sacrificio por su
delito, porque muchas veces la lepra tiene su origen en el
pecado. Con la sangre del sacrificio se mojaba el extremo
de la oreja del que se purificaba y los pulgares de la
mano y del pie derechos, porque en estas partes es donde
la lepra se conoce y se padece primero. Se añadían a este
rito tres líquidos: la sangre, contra la corrupción de la
sangre; el aceite, para designar la curación del mal, y el
agua limpia, para limpiar la suciedad.
La razón figurativa era ésta: con los dos pájaros se
significaban la divinidad y la humanidad de Cristo. De
aquéllos, uno, la humanidad, era inmolado en una vasija de
barro con agua limpia, pues por la pasión de Cristo fueron
consagradas las aguas del bautismo; el otro, que
representa la divinidad impasible, quedaba vivo, porque la
divinidad no puede morir. Se le echaba a volar porque la
divinidad no podía esta sujeta a la pasión. Y este pájaro
vivo, junto con el trozo de cedro, el hilo de púrpura y el
hisopo --es decir, la fe, la esperanza, y la caridad, como
ya se ha dicho--, es mojado en agua para rociar, porque
somos bautizados en la fe de Cristo Dios y hombre. Con las
aguas del bautismo y las lágrimas limpia el hombre sus
vestidos, es decir, sus obras, y también su vello, esto es,
sus pensamientos. Se moja el extremo de la oreja derecha
del que se purifica con la sangre y el aceite para
fortalecer su oído contra las palabras corruptoras; los
pulgares de la mano y del pie derechos, para que sus
acciones sean santas.
Las otras partes de la purificación, como la de la
impureza, no tienen sentido especial, fuera del que tienen
los otros sacrificios por los pecados o los delitos.
8. Como el pueblo se capacitaba por la circuncisión
para el culto divino, así los ministros por alguna
especial purificación o consagración. Por esto se les
ordena vivir separados de los otros, como especialmente
consagrados al culto de Dios; y en todos los ritos de esta
consagración u ordenación resalta el propósito de mostrar
el privilegio de su persona, virtud y dignidad. Por esto,
en la ordenación de los ministros se hacían tres cosas:
primero, se purificaban; luego, eran ordenados y
consagrados; y en tercer lugar, se aplicaban al ministerio.
Se purificaban todos, en general, por la ablución del agua
y por ciertos sacrificios; en especial, los levitas se
rasuraban todo el vello de su cuerpo, según se dispone en
Núm 8.
La consagración de los pontífices y sacerdotes se hacía de
esta forma: primero, después de la ablución, eran vestidos
con los ornamentos propios de su dignidad. Especialmente
el pontífice recibía en la cabeza la unción con aceite, en
señal de que el poder de consagrar se difundía de él a los
otros, como el aceite desde la cabeza corre hacia abajo,
según Sal 132: Como el ungüento, que desde la cabeza
desciende basta la barba, la barba de Aarón. Los
levitas no tenían otra consagración que la de ser
ofrecidos al Señor por los hijos de Israel, por mediación
del pontífice, que oraba por ellos. Los simples sacerdotes
recibían sólo la consagración de las manos, destinadas a
ofrecer los sacrificios. Con la sangre del animal inmolado
se mojaba el extremo de la oreja derecha, para significar
su obediencia a la ley de Dios en la oblación de los
sacrificios. Y el mojar el pie y la mano derechos indicaba
la solícita prontitud en la ejecución de los sacrificios.
También eran rociados, tanto ellos como sus vestidos, con
la sangre del animal inmolado, en memoria de la sangre del
cordero, por el cual fueron librados de Egipto. El
sacrificio ofrecido en esta consagración era el siguiente:
un becerro por el pecado, en memoria del perdón del pecado
de Aarón en la fundición del becerro; un carnero en
holocausto, en memoria de la ofrenda de Abrahán, cuya
obediencia debía imitar el pontífice; un carnero de
consagración, como hostia pacífica, en memoria de la
liberación de Egipto por la sangre del cordero; un cesto
de panes, en memoria del maná otorgado al pueblo.
A la aplicación del ministerio pertenecía el poner en las
manos de los sacerdotes el sebo del carnero, una torta de
pan y la paletilla derecha, para indicar que con esto
recibían el poder de hacer las ofrendas al Señor. A los
levitas se les aplicaba al ministerio introduciéndolos en
el tabernáculo de la alianza, como para conferirles el
ministerio sobre los vasos sagrados.
La razón figurativa de todas estas ceremonias era ésta:
que cuantos habían de consagrarse al ministerio espiritual
de Cristo deben primero purificarse con las aguas del
bautismo y de las lágrimas por la fe en la pasión de
Cristo, que es el sacrificio expiatorio y purificador;
deben rasurarse todo el vello de su cuerpo, es decir,
todos sus malos pensamientos; deben estar adornados de
virtudes y consagrados con la unción del Espíritu Santo y
la aspersión de la sangre de Cristo. Y con esto deben
aplicarse a sus ministerios espirituales.
9. Va respondida arriba junto con la octava.
10. Según queda declarado, era intención de la ley
inducir a la reverencia del culto divino, y esto de dos
maneras: la primera, excluyendo de él cuanto pudiera ser
despreciable; luego, empleando en el culto divino todo
cuanto pudiera realzar su magnificencia. Y si esto se
observaba en el tabernáculo, en los vasos sagrados, y en
los animales que se inmolaban, mucho más en los propios
ministros. Así, para alejar de ellos cuanto los hiciera
despreciables, se mandaba que no tuvieran mancha ni
defecto corporal, pues es ordinario que éstos engendren el
desprecio entre los hombres. Por la misma causa se ordenó
que fueran destinados al culto de Dios no los de cualquier
linaje, sino de uno determinado según sus generaciones,
para que así fueran tenidos por más ilustres y nobles.
Para que fueran tenidos en mayor respeto, se les concedía
especial ornato en los vestidos y una consagración
especial. Y ésta es la razón común del ornato de los
vestidos. En particular, conviene saber que el pontífice
tenía ocho piezas: una túnica de lino; otra color
escarlata, que en el extremo inferior tenía una franja con
campanillas y manzanas hechas de jacinto, púrpura y
escarlata teñida dos veces. Tercero, tenía el superhumeral,
que cubría los hombros y la parte anterior del cuerpo
hasta el ceñidor, que era de oro, jacinto, púrpura,
escarlata teñida dos veces y batista retorcida. Sobre los
hombros llevaba dos piedras de ónice en las que estaban
esculpidos los nombres de los hijos de Israel. El cuarto
es el racional, hecho de la misma materia, de forma
cuadrada, que se colocaba sobre el pecho y se ceñía con el
superhumeral. En el racional había doce piedras
preciosas, distribuidas en cuatro series, en las cuales
estaban también esculpidos los nombres de los hijos de
Israel, como para indicar que llevaba el peso de todo el
pueblo, por cuanto llevaba sus nombres sobre los hombros,
y que debía vivir preocupado de su salud, pues los llevaba
sobre el pecho, como quien los lleva en el corazón. En el
racional mandó Dios poner también las palabras doctrina
y verdad, pues llevaba escritas en él cosas tocantes a
la verdad de la justicia. Los judíos fantasean diciendo
que en el racional había una piedra que mudaba de color
según los diversos sucesos que debían acontecer a los
hijos de Israel, y a ésta llamaban la verdad y la
doctrina. En quinto lugar venía el ceñidor, hecho de
los cuatro elementos antes dichos. El sexto era la tiara o
mitra, hecha de lino. El séptimo era la lámina de oro
sobre la frente, en la que estaba escrito el nombre del
Señor. El octavo eran los pantalones de lino para cubrir
las partes naturales cuando se acercaba al santuario o al
altar. De estas ocho piezas, los simples sacerdotes tenían
cuatro: la túnica de lino, los pantalones, el ceñidor y la
tiara.
La razón literal de estos ornamentos la declaran algunos
diciendo que en ellos iba designada la disposición del
mundo, como si el pontífice manifestase ser ministro del
Creador. Así se dice en Sab 18 que en los vestidos de
Aarón estaba descrito el orbe de la tierra, pues los
pantalones de lino figuraban la tierra, de que nace el
lino; las vueltas del ceñidor representaban el Océano, que
rodea la tierra; la túnica de jacinto significaba, con su
color, el aire, con las campanillas los truenos, y los
relámpagos con las granadas; el superhumeral significaba
con su variedad el cielo lleno de estrellas; los dos
ónices, los dos hemisferios o el sol y la luna; las doce
piedras del pecho, los doce signos del zodíaco, que se
decían puestos en el racional porque en el cielo están las
causas de los fenómenos de la tierra, según aquello de Job
38: ¿Conoces acaso el orden del cielo y su influjo
sobre la tierra? La tiara significa el cielo empíreo;
la lámina de oro, a Dios, presente en todas las cosas.
La razón figurativa es clara. Las manchas y defectos
corporales, de que los sacerdotes debían estar exentos,
significan los diversos vicios y pecados de que debían
carecer. Se excluía del sacerdocio el ciego, esto es, el
ignorante; el cojo, es decir, el inconstante y que se
inclina ya a una cosa, ya a otra; el que tenía la nariz o
muy grande o muy pequeña o torcida, o sea, que carecía de
discreción, exagerando en un sentido o en otro; y el que
cometía acciones perversas, pues por la nariz se significa
la discreción, porque ella es la que distingue los olores.
Tampoco se admitía al quebrado de un pie o de una mano, lo
que significa la falta de capacidad para obrar bien y
progresar en las virtudes. También era excluido el giboso
por detrás o por delante, pues la giba significa el amor
superfluo de las cosas terrenas; el legañoso, cuyo ingenio
está oscurecido por el afecto carnal, pues la legaña nace
de un flujo de humor. Asimismo se excluía al que tenía
nube en el ojo, lo que significa presunción de la blancura
de la justicia en sus pensamientos; al que padece de sarna
crónica, que significa la rebelión de la carne; al que
tuviera sarpullido, que sin dolor invade el cuerpo y afea
la hermosura de los miembros, por lo que designa la
avaricia; al que está herniado y demasiado pesado, porque
lleva en el corazón la pesadez de su torpeza, aunque no lo
ponga por obra.
Los ornamentos
significan las virtudes de los ministros de Dios. Cuatro
son las virtudes necesarias a todos los ministros: la
castidad, significada por los pantalones; la pureza de
vida, por la túnica de lino; la moderación de juicio, por
el cinturón; la rectitud de intención, por la tiara, que
protege la cabeza. Fuera de éstos, el pontífice debía
poseer una memoria continua de Dios en la contemplación,
designada por la lámina de oro con el nombre de Dios en la
frente; soportar las flaquezas del pueblo, lo que
significa el superhumeral; llevar al pueblo en su corazón
y en sus entrañas por la solicitud de la caridad,
significada en el racional; tener una conducta
celestial por la perfección de sus obras, designada por la
túnica de jacinto. A ésta se añaden en su extremo las
campanillas de oro, que significan la doctrina de las
cosas divinas que debe acompañar a la conducta celestial
del pontífice. Finalmente, se añadían las granadas, que
expresan la unidad de la fe y la concordia en las buenas
costumbres, porque de tal modo han de ir unidas estas
cosas, a su doctrina, que gracias a ella no se quiebre la
unidad de la fe y de la concordia. |