¿Tuvieron virtud de justificar las ceremonias de la ley
antigua en tiempo de la ley?
Objeciones por las que parece que las ceremonias de la
ley antigua tenían virtud de justificar en tiempo de la
ley.
1. La expiación del pecado y la consagración del
hombre son parte de la justificación. Pero en Ex 29 que
por la aspersión de la sangre y por la unción del aceite
se consagraban los sacerdotes y sus vestidos; y en Lev 16,
que el sacerdote por la aspersión de la sangre del becerro
expiaba el santuario de las impurezas de los hijos de
Israel y de sus prevaricaciones y pecados. Luego las
ceremonias de la ley antigua tenían la virtud de
justificar.
2. Pertenece a la justicia lo que agrada a Dios, según
se dice en el salmo 10: Justo es el Señor y ama las
justicias. Pero algunos agradaron a Dios mediante
ceremonias, según se dice en Lev 10: ¿Cómo pudo agradar
al Señor con las ceremonias ejecutadas con la mente
lúgubre? Luego las ceremonias de la ley antigua tenían
virtud de justificar.
3. Lo que toca al culto divino, más es del alma que
del cuerpo, según se dice en Sal 18: La ley del Señor
es perfecta, convierte a las almas. Mas por las
ceremonias de la ley antigua se purificaban los leprosos,
según Lev 14; luego mucho más podían las ceremonias de la
antigua ley limpiar el alma justificándola.
Contra esto: Está lo que dice el Apóstol en Gálat 2:
Si se hubiese entregado una ley capaz de justificar,
inútil hubiera sido la muerte de Cristo. Esto no se
puede admitir; luego las ceremonias de la ley antigua no
justificaban.
Solución: Ya hemos visto que en la ley antigua se
admitía una doble impureza. Una espiritual, que es la
impureza de la culpa, y la otra corporal, que quitaba la
idoneidad para ejercer el culto divino, como se decía
impuro el leproso o el que había tocado un muerto. Esta
impureza no era otra cosa que una cierta irregularidad. De
esta impureza limpiaban las ceremonias de la ley antigua,
que eran como remedios aplicados por disposición de la ley
para quitar las impurezas que la misma ley había
establecido. Por esto dice el Apóstol, en Heb 9: La
sangre de los machos cabríos y de los toros y la aspersión
de la ceniza del ternero santifica a los impuros para la
limpieza de su carne. Y como la impureza que estas
ceremonias limpiaban era más de la carne que de la mente,
por eso las ceremonias son llamadas por el Apóstol
justicias de la carne, como las llama poco antes:
Las justicias eran carnales, establecidas basta el tiempo
de la sustitución.
Pero la impureza de la mente, que es la impureza del
pecado, no tenían virtud de limpiarla, porque la expiación
de los pecados nunca se pudo hacer sino por Cristo, que
quita los pecados del mundo, como se dice en Jn 1. Y
como el misterio de la encarnación y de la pasión de
Cristo no estaba aún realizado, las ceremonias de la ley
antigua no podían contener en sí realmente la virtud que
brota de Cristo encarnado y muerto, como los sacramentos
de la ley nueva, y por tanto no podían purificar del
pecado, como el Apóstol dice en Heb 10: Era imposible
con la sangre de los toros o de los machos cabríos quitar
los pecados. Por esto el Apóstol llama a estas
ceremonias en Gál 4 elementos pobres y flacos:
flacos, porque no pueden limpiar del pecado. Pero esta
flaqueza les viene de su pobreza, porque no contienen en
sí la gracia.
Sin embargo, la mente de los fieles podía en tiempo de la
ley unirse por la fe con Cristo encarnado y muerto, y así
se justificaban por la fe en Cristo. De esta fe venía a
ser una confesión la observancia de las ceremonias, en
cuanto eran figura de Cristo. He aquí por qué en la
antigua ley se ofrecían sacrificios por los pecados, no
porque limpiasen de los pecados, sino porque eran una
cierta profesión de la fe que purifica del pecado. Y esto
mismo indica el modo de hablar de la ley, pues en Lev 4 y
5 se dice que en la oblación de las víctimas por el
pecado orará el sacerdote por el oferente, y el pecado le
será perdonado; como si el pecado se perdonase, no por
virtud de los sacrificios, sino de la fe y devoción de los
oferentes. Conviene, no obstante, saber que la misma
virtud que las ceremonias de la ley antigua tenían de
expiar las impurezas corporales, era figura de la
expiación de los pecados, que nos viene de Cristo.
Así pues, está claro que las ceremonias de la ley antigua
no tenían virtud de justificar.
Respuesta a las objeciones:
1. Aquella santificación de los sacerdotes, de sus
hijos, de sus ornamentos y de cualesquiera otras cosas por
la aspersión de la sangre, no es otra cosa que la
dedicación al culto divino y la remoción de los
impedimentos para la limpieza de la carne, según
dice el Apóstol. Y era un anuncio de la santificación
con que Jesús santificó al pueblo por medio de su sangre.
La expiación era la remoción de las impurezas corporales,
pero no la remoción de la culpa. Y así, se habla de la
expiación del santuario, que no podía ser sujeto de pecado.
2. Los sacerdotes agradaban a Dios en las ceremonias
por su obediencia y devoción y por la fe en las cosas
figuradas, pero no por las ceremonias en sí consideradas.
3. Las ceremonias instituidas para la purificación del
leproso no se ordenaban a curar la impureza de la lepra,
lo que es bien evidente, pues no se aplicaban sino a los
ya curados de dicha enfermedad. Por esto se dice en Lev 14
que el sacerdote, saliendo a su encuentro fuera
del campamento, si le ha hallado curado de la lepra,
mandará al que se purifica que ofrezca, etc. De modo
que el sacerdote era juez de la curación de la lepra, pero
no médico que cura. El objeto de estas ceremonias era
quitar la irregularidad de la impureza. Dicen, sin
embargo, que, si a veces el sacerdote se equivocaba en su
juicio, curaba Dios milagrosamente al leproso por el poder
divino, pero no por la virtud de los sacrificios. Como se
pudría milagrosamente el seno de la mujer adúltera al
beber el agua en que el sacerdote había pronunciado las
maldiciones, según se dice en Núm 5,27. |